domingo, 29 de marzo de 2009

Gemelas de manías

Esta semana he confirmado un hecho inquietante en el gimnasio. Hay una mujer que entra a la misma hora que yo, aproximadamente a las 14 horas, elige siempre la misma taquilla que yo (la número 30) y usa las mismas máquinas, en el mismo orden. Primero la elíptica; luego la máquina infernal de subir y bajar escaleras; y la bici estática cuando éstas están ocupadas. Es cuestión de segundos que una llegue antes que la otra y marque esta ruta prefijada, haciendo que la otra se vea relegada a seguir a la ganadora. Vamos casi sincronizadas. Cuando llego al polideportivo, entro en el vestuario y veo ocupada la taquilla 30, sé que la maldita se me ha adelantado, por cuestión de minutos, puede que por segundos o décimas, para robármela. Luego entro a la sala y allí está, usando ya la máquina que yo usaría: la única bici elíptica que no tiene tele y que da a una ventana desde la que se ve el verde campo de fútbol. Otras veces soy yo la que me adelanto a la desconocida gimnasta, la que estoy más viva para coger la taquilla 30 mientras ella, con una mirada de humillación, admite su derrota cuando llega. Y soy yo la que llega antes a la máquina, recorriendo el pasillo que separa el vestuario del gimnasio con rápidos pasos, averiguando discretamente si me sigue, o si aún está en disposición de adelantarme.

Lo tengo claro. Esa mujer y yo somos gemelas. No gemelas físicas –aunque hay un cierto parecido, es una mujer de rasgos magrebíes pero más exagerados que los míos, ojos oscuros como los míos, coleta alta-. Somos gemelas de manías diarias y no sé, ni quiero pensar, si compartimos alguna manía más, esas que yo consideraba estúpidas pero únicas. Quizá, como yo, esa mujer limpia exhaustivamente las cucharillas de los bares con la servilleta antes de remover el café. O no se concentra ni puede dormir si ve una puerta de armario entreabierta. O comparte mi miedo, que nadie entiende, a los girasoles -esas flores enormes y con más cabeza que una persona, que se retuercen buscando el sol-. Quizá debería averiguar todo eso. De momento, me conformo con intentar salir rauda del trabajo a la hora de comer, para adelantarla, para llegar antes que ella al polideportivo y no dejar que me robe mis manías de gimnasio. ¡Sólo faltaba!

martes, 24 de marzo de 2009

Pequeñas conversaciones ridículas del día a día

¿Alguno os habéis planteado la cantidad de conversaciones absurdas que hemos mantenido y mantendremos a lo largo de nuestra vida? El otro día pensaba en ello y me venían a la cabeza tres conversaciones tipo; para mear y no echar gota.

Dos compañeros de curro hablando de las bondades de sus tupperwares.
Situación:
el comedor de una oficina española cualquiera, delante del microondas.

Extracto de conversación:
Empleado 1: Anda, qué tupper más chulo. Se ve bueno.
Empleado 2: Sí; no se derrama nada de nada.
Empleado 1: Jo. Qué bien. ¿Y dónde lo compraste?
Empleado 2: En el Mercadona. 3 por 5 euros. ¿Pero sabes cuál me han dicho que son la hostia? Los tuppers de los chinos.
Empleado 1: Ah, claro, por eso llega todo a casa sin derramarse.
Empleado 2: Y creo que los venden en las tiendas de chinos, además.
Empleado 1: Claro. Tiene sentido.
(Silencio incómodo).

Un grupo de amigos hablando de reality show que ninguno admite ver.
Situación:
un bar de tapas de toda la vida.

Extracto de conversación:
Amigo 1: ¿Habéis oído lo de la tía esta de Gran Hermano que ha vendido la exclusiva de su embarazo de trillizos cojos?
Amigo 2: Sí, sí. Vamos, que no lo he visto, que me lo han contao. Y que va a poner a los niños unos nombres espantosos.
Amigo 3: Federera, RafaNadal Jr y Fernanditatorres.
Amigo 1: Sí. Como sus deportistas favoritos. Bueno… eso me han contado.
Amigo 3: Sí, sí, que eso lo ví yo en un zapping el otro día.
Amigo 2. Yo también, en un zapping.
Amigo 1: Que yo veo muy poco la tele, ¿eh? Ya sólo veo series que me bajo de Internet.
Amigo 3: ¡Vaya mierda de tele!
Amigo 1: ¡Nunca echan nada bueno!

Dos chicas hablando de bolsos.
Situación:
el ascensor de un edificio de oficinas.

Extracto de conversación:
Chica 1: Qué bolso más mono.
Chica 2: Ay, gracias. Pues no me costó nada. Lo que me gusta es que caben muchas cosas. Mira, mira.
Chica 1: Sí. Pero lo malo de los bolsos grandes que llevamos ahora es que cuanto más cabe, más metes dentro (risita tonta).
Chica 2: ¡Y luego cambiar de bolso es un suplicio!
Chica 1: Ya te digo. Al final siempre usas los mismos. Cuatro.

Sí, cuatro. Cuatro leches les daba yo :P.

viernes, 20 de marzo de 2009

Set de viaje corporal

Ayer me regalaron un set de cremas y ungüentos varios para la piel. Una bonita y austera caja de metal con una banda de cartón donde pone: “Dr. Hauschka. Set de viaje corporal”. Me hizo gracia la frase porque parece que se refiere, más bien, al tipo de viaje: un viaje corporal. Se nota que es un producto alemán y, por tanto, deja muy claro su uso en la etiqueta. No hay equívoco ni confusión posible, es un set para viajes corporales. Punto. Porque claro, existen otro tipo de viajes: los viajes mentales. Y tienen sus diferencias.

Para empezar, los viajes corporales requieren reservar con cierta antelación el billete, el hotel o alojamiento, investigar sobre el destino (a veces se puede improvisar todo eso). Por el contrario, los viajes mentales no tienen límite alguno. No tienes que tratar con agencias de viaje, ni chapurrear inglés con estirados recepcionistas de hotel, ni pelearte con las formas de pago y el paypal en Internet para hacer reservas. Puedes viajar al país que quieras y al tiempo que quieras, ya sea pasado, presente o futuro. Y todo ello a cualquier día y hora o, como dicen los anglosajones, 24/7 (que siempre me ha parecido una división; 24 entre 7, dan ganas de contestar 3,428571428571428571). A lo que iba, que mi mente ya se empieza a evadir: en un viaje mental, tienes muchas ventajas como las que he descrito. Y no son las únicas. Porque además puedes viajar en el medio de transporte que te resulte más cómodo; por ejemplo, subiendo en una puesta de sol y haciendo una rápida escala en la tercera nube. Sin tasas, sin gastos extra, sin letra pequeña en las tarifas. En un viaje mental nunca te pierden las maletas y los únicos viajeros insatisfechos son aquellos carentes de imaginación, porque ni siquiera pueden inventarse un centro donde reclamar y contar sus penurias. En un viaje mental no hay cucarachas en los hostales, ni niños chillones en los campings, ni guiris rojos como gambas comiendo gambas en los chiringuitos mientras se chupan los dedos, ni patéticas aglomeraciones para hacer fotos a los monumentos.

Y en definitiva, a un viaje mental, como bien dice la etiqueta Dr. Hauschka, no me llevaría crema corporal. No lo necesitaría. Porque en mis viajes mentales siempre estoy divina, no tengo estas ojeras de boxeadora vital ni la cara de cansancio, sino una piel tersa y bronceada todo el año y una gran sonrisa a juego. Sólo me llevaría los recuerdos de un buen libro y mi música, pero no en formato mp3 sino en el formato que tarareo en mi mente. Y así, tarareando, tarareando, me iría de pronto y lo dejaría todo lejos. Muy lejos. Hasta ver los problemas pequeños como pulgas de circo. Que eso es justo lo que voy a hacer ahora. ¡Me voy! Esperad, que cojo una canción. Y el librito. Y la sonrisa. Prometo escribiros una postal o, mejor aún, un post a mi vuelta. Que si no, a lo mejor no os llega nada: el servicio de correo es terriblemente malo en la isla tropical de mi hemisferio izquierdo.

jueves, 12 de marzo de 2009

Jugando al despiste

“Un ejército de enanos ha de viajar a Ankn Morpork para enfrentarse a un enorme dragón que aterroriza a los habitantes del lugar. Pero se trata de un ejército muy peculiar pues, además de enanos, sus combatientes son unos cobardes recalcitrantes. Así las cosas, el panorama no parece muy alentador aunque nunca se sabe… Una nueva entrega de la saga de ciencia ficción más hilarante de todos los tiempos.”

Éste es el resumen de la contraportada del último libro que he leído. ¿Suena interesante, verdad? Aunque hay un problemilla: la única similitud de esa contra con el libro es que hay un dragón, sí, y un "enano" (que en realidad no lo es). Pero un solo enano, sin ejército ni nada, que sale con otros muchos personajes. Y el libro no era de ciencia ficción, sino del género de fantasía. Nunca he visto una contraportada que mienta más sobre un libro.

¡Y por eso me ha encantado! Semejante falsedad de contraportada, me permitió descubrir la historia por mí misma, de principio a fin, sin que nada me lo desvelara. De hecho, no busqué en Internet el verdadero resumen; preferí seguirle el juego al tipo que hizo la contraportada, ese tipo que nos la coló a todos (al primerito al editor del libro).

Y lo mejor de todo es… ¿y si no se trata de un error suelto, de un despiste de la editorial, un mal corta-pega de textos? ¿Y si detrás de aquello existe una persona, o mejor aún, un grupo de personas dispuestas a hacer boicot a las contraportadas? Una asociación llamada A.A.C.P.C.L. (Asociación Anarquista Contra las Portadas Comerciales de Libros), o algo así. Un grupo casi desconocido y bien organizado dispuesto a que las contraportadas dejen de darnos tantas pistas, referencias y eruditas críticas sobre lo que vamos a leer. Un grupúsculo de valientes decididos a que los libros nos sorprendan de veras.

Los imagino haciendo portadas bien guapas, algo con un 0,0000000000000001 de similitud con lo de dentro (tirando por lo alto). Por ejemplo, para un libro de aventuras ambientado en la época medieval: “Año 2578. El mundo agoniza y la única esperanza de vida de la humanidad reside en el contacto con una avanzada civilización extraterrestre, que nos salvará a cambio de utilizarnos como esclavos. Afortunadamente, un valiente ejército de rebeldes tiene un ingenioso plan para librarnos de tan abyecto destino. ¿Funcionará?”. O para un libro sobre una malvada corporación que realiza experimentos genéticos: “Mary Jane Miller es una joven y refinada dama de la alta sociedad inglesa que encontrará el amor de su vida en Peter, un joven de clase baja que trabaja como jardinero en sus dominios. El debate entre los sentimientos será intenso: ¿vivir un amor real o renunciar a él para seguir disfrutando de la comodidad de su aburguesada existencia?”. Hala. Así, a voleo. La gente que odia que las contraportadas con resumen –que es mucha, por cierto- estará satisfecha. Mientras que los que eligen el libro dejándose guiar por la contraportada, que también son otros tantos, descubrirán la historia por sí mismos; sin prejuicios.

¿Y qué queréis que os diga? No me parece mala idea. Basta ya de estar sobreinformados sobre todo lo que vamos a hacer, leer o ver, o los lugares donde vamos a viajar… Viva la improvisación, viva la anarquía. ¡Viva el despiste!


Gracias a José por ayudarme con el enfoque de esta entrada :).

martes, 10 de marzo de 2009

Experimento zombi

Yo ya sospechaba que el exceso de trabajo ha hecho de mi ser un zombi danzante, de esos de ojos rojos y cojo caminar. Pero una, que es de naturaleza empírica y de coco duro, no se conforma con una sospecha tonta. Por eso he ido más allá, indagando en Internet sobre las características del zombi, para ver punto por punto qué hay de cierto en ello. Y los resultados me han dejado sobrecogida…

1. Cualidades físicas.
A. Cualidades generales.
Un zombi no posee en sí mismo mayores cualidades de las que ya poseyera el ser humano en origen. Pero sí puede llevarlas mas allá de los límites humanos.

Mi capacidad de escribir sin parar en el ordenador del curro y pensar soluciones a marrones a la velocidad del rayo malayo, así me lo demuestra.


B. Vista
Se ha sugerido que los zombis poseen visión nocturna, un hecho que explicaría su destreza en la caza nocturna y el hecho de que todos los zombis son expertos comedores nocturnos, incluso aquellos sin ojos.

Yo soy una experta comedora nocturna. Mi ansiedad me hace levantarme al frigorífico o picar un poco de chocolate. Ya he engordado 3 kilillos del ala como zombi comedora nocturna.


C. Oído.
No hay duda de que los zombis tienen un excelente oído. No sólo pueden detectar un sonido, sino que además pueden determinar su dirección.

Exacto. Con mi superoído de zombi puedo detectar a una ejecutiva susurrar un marrón a tres pasillos de distancia… (Por desgracia, mi lentitud de zombi no me permite huir a tiempo de él).


D. Olfato.
A diferencia del oído, los zombis tienen un sentido del olfato más agudo. En ambas situaciones, de combate y pruebas de laboratorio, han sido capaces de distinguir el olor de una presa viva entre todos los demás.

Esto también me sirve para olerme los marrones, aunque las hostias me caigan de lado y no pueda evitarlas. Insisto en que los zombies no somos de rápidas huídas…


E. Gusto.
Poco se sabe acerca de las alteradas papilas gustativas de los muertos vivientes. Los zombis tienen la habilidad para distinguir entre la carne humana y la animal y prefieren la primera.

Eso, eso… ¡a alguien me comería yo para sacarlo del mapa! Debería empezar a elaborar un menú.


E. Tacto.
Los zombis no tienen, literalmente, sensaciones físicas. Todos los receptores nerviosos permanecen muertos tras la reanimación.

Yo ya ni siento ni padezco. Deben referirse a eso.


F. Digestión.
El tracto digestivo de un zombi está completamente inactivo. El complejo sistema que procesa el alimento, extrae los nutrientes y excreta los desperdicios no es un factor en la fisiología del zombi.

Esto explica por qué los yogures bífidus se niegan a funcionar conmigo cuando estoy estresada. Me voy a pillar de los de blanca marca Mercadona. Total…


G. Respiración.
Los pulmones de los zombis continúan funcionando de modo que absorben aire y los expulsan del cuerpo. Este funcionamiento es el responsable del característico gemido del zombi.

Yo lo llamo suspiritos de desesperación. Pero “gemido” queda más impactante, dónde va a parar.


H. Circulación.
Sería impreciso decir que los zombis no tienen corazón. Sin embargo, sí se podría afirmar que no le encuentran ninguna utilidad. El sistema circulatorio de los no muertos es poco más que una red de tubos inútiles rellenos de sangre congelada.

Pues eso, que ni sangre me queda. Con razón no bajé a donar cuando vinieron los de la Cruz Roja a la puerta de la oficina.


I. Reproducción.
Los zombis son criaturas estériles. Tampoco muestran deseo sexual, ni por su propia especie ni por los vivos.

Si me quedaran fuerzas, quizá podría rebatir esta cuestión. Lo siento por el zombi que comparte piltra zombi conmigo. Es lo que hay.

2. Habilidades.
A. Fortaleza.
La única ventaja que poseen los muertos vivientes es un sorprendente aguante. Imagina un entrenamiento, o cualquier otra actividad física. Lo más probable es que el dolor y el agotamiento determinen tus límites. Estos factores no se aplican a los no muertos. Continuarán una acción, con la misma energía dinámica, hasta que los músculos que la sustentan literalmente se desintegren.

Eso es lo que quieren mis jefes y cualquier otra empresa. Soy un crack de cacho de zombi.


B. Velocidad.
Los muertos "andantes" tienden a moverse perezosamente o cojeando. Incluso sin heridas ni en avanzada descomposición, su carencia de coordinación les dictamina un paso indeciso.

Sí. A ve ces me cu esta an dar o tecle ar…


C. Agilidad.
Los zombies tienen poca coordinación, lo cual supone una de sus mayores debilidades. Incluso cuando se requiere una sencilla coordinación –por ejemplo para subir escaleras- solamente uno de cada cuatro lo logrará.

De ahí que lleve esta pastaza gastada en clases de conducir. ¡Oh, no, mi coordinación ha desaparecido! Un momento, ¿alguna vez tuve algo parecido a coordinación?


D. “Sexto Sentido”.
La investigación histórica, junto con las observaciones de campo y de laboratorio, han mostrado que los muertos vivientes son capaces de atacar incluso con todos sus órganos sensoriales dañados o completamente descompuestos. ¿Quiere esto decir que los zombis poseen un sexto sentido?

Tal habilidad sensorial me permite atacar mi trabajo aun con los ojos dañados y a tope de colirio y las orejas fritas de tanto escuchar tonterías. Ahora lo entiendo.


F. Capacidades curativas.
A pesar de las leyendas y las tradiciones antiguas, la fisiología de los no muertos ha demostrado que no poseen capacidades de regeneración.

Se nota. De hecho, ya he recurrido al hierro, las vitaminas… Y nada, que no me regenero, tú.


G. Longevidad.
La duración media de la "vida" de un zombi -cuánto tiempo es capaz de funcionar antes de que se pudra completamente- se estima que está entre los 3 y los 5 años.

Llevo ya casi 8 años currando en agencia de publicidad. Así que soy... ¡una abuela zombi! ¿Los abuelos zombis hacen lo mismo que los normales? ¿Tengo que contar batallitas zombis, mirar las obras paradas de mi barrio o quizá hacer calceta zombi?

Queda demostrado. “La Sari” es una muerta viviente, que eso sí, dedica su poca vida a mimar su pequeño y machacado blog. Hala. ¡Un beso zombi a todos! Aggggggññññññuuuuuuh.

martes, 3 de marzo de 2009

Sueños de un ambicioso

Le dije al doctor que no podía dormir y me dijo que contara ovejitas. Y eso hice. Empecé a contar y contar y contar.

Y como eran tantas, hice un censo de ovejitas. Luego las organicé por distritos y empecé a cobrarles un impuesto de leche y lana para arreglar la valla de la granja que estaba hecha un desastre. Asimismo, estudié detenidamente otras necesidades de la creciente población ovejil. Como la vivienda. Se construyeron cientos, miles de viviendas para ovejas. Con esta boyante industria de la vivienda, y otras de subsiguiente creación, se generó riqueza para que las ovejas adquirieran otros bienes, como pienso de ovejas o jerséis de lana destinados a cubrir a las ovejas recién esquiladas. Pero hubo un excedente de dichos jerséis y hubo que recurrir a ovejas con gran capacidad de convicción para elaborar campañas y vender los jerséis, incluso entre aquellas ovejas que no los necesitaban. A su vez, muchas ovejas necesitaron comprar jerséis y viviendas pero no tenían con qué pagarlos y se establecieron complejos sistemas de préstamos y crédito ovejiles. Para pagarlo todo, la gran mayoría de ellas acabaron hipotecando su lana y su leche, hasta el momento de su jubilación; o peor aún dejando que lo terminaran de pagar todo sus retoños (las ovejas no son seres muy longevos). Las ovejas endeudadas no podían consumir más y ya no se vendían ni viviendas ni jerséis, con lo que las ovejas empleadas en esos y otros fines perdieron sus trabajos y tampoco podían consumir y los bancos sin fondos les denegaban, a su vez, el dinero para ello.

Al final, todo este sistema de loco consumo ovejil acabó por caer por su propio peso. Las ovejas acabaron sin empleos ni casas ni siquiera jerséis, reclamando sus derechos, balándome en la cabeza cada noche, hasta el punto de que ya no podía dormir.

Y entonces le volví a preguntar al doctor qué podía hacer para dormir. El doctor me miró con ojos fuera de sus órbitas y me respondió con un largo y sonoro balido de desesperación.