Debido a un defectuoso sistema de calefacción, la oficina creaba diferentes microclimas. Unas salas eran calientes como el Sahara, otras frías como el Polo, en otras la ventisca hacía imposible cualquier clase de permanencia.
Así que, no hubo más remedio, los empleados acabaron creando subespecies para adaptarse y salir adelante.
En las salas cálidas, subidos a las mesas, colgados de las ventanas, o tras las plantas más frondosas de las macetas, se podía observar a los empleados de más bajo extracto, hablando de fútbol y realities, y de ex mujeres de toreros. En las salas más gélidas, gordos jefes de generosas papadas y gruesas capas de grasa corporal y viejas morsas secretarias sobrevivían a zarpazos para llegar a lo más alto de su aislado iceberg.
Por su parte, arrastrados como serpientes, los empleados ambiciosos y advenedizos esperaban pacientemente a sus presas. Otros, menos subterticios, atacaban con sus abiertas mandíbulas a los compañeros indefensos y borreguiles que cruzaban en manadas el pasillo hasta la máquina de café. La lucha no daba tregua, se trataba de la supervivencia laboral. Todo o nada. La vida o la muerte. La oficina o la calle.
martes, 20 de octubre de 2009
lunes, 19 de octubre de 2009
Curiosa anécdota
miércoles, 7 de octubre de 2009
Obsesión
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