lunes, 27 de septiembre de 2010

Mudanzas II: Espejos

Ángela se mudó con su novio Andrés a una nueva casa. Su provisional vida entre cajas -tardaría varios días en despejar habitaciones y pasillos-, le resultaba algo dura. Pero había algo que aún le molestaba más de estar recién mudada: la falta de espejos. Y no era por no poder lavarse los dientes, vestirse o peinarse en condiciones. Era por un fenómeno que realmente le inquietaba…

Y es que al levantarse por la mañana sin espejos en los que reconocerse y volver a la realidad, Ángela se quedaba con el rostro de la persona que había soñado que era. El rostro onírico –y con él su personalidad- quedaba, por así decir, adherido al de la joven.

De esta manera, un día se fue al trabajo siendo Napoleón; en una sola mañana organizó a las caóticas filas de becarios y recibió por fin el ascenso que tanto ansiaba. Otro día se levantó siendo una cantante de rock trasnochada, y no recordaba nada de lo que la tarde anterior había preparado para la reunión con el principal cliente de la compañía (ni que decir tiene, perdió de inmediato el ascenso conseguido). Pero el colmo fue cuando se levantó siendo Lady Gaga. No solo porque se presentara con un traje que ella misma hizo con los restos del guiso de ternera del día anterior, sino porque el numerito pseudoerótico que montó con los nuevos socios alemanes en la sala de juntas no le hizo demasiada gracia al director general.

Unos días después, ya en la cola del paro, fue Atila. Y nadie, nadie olvidará ese día.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Mudanzas I: Conversaciones de ascensor

El señor Julián se mudó a un piso bajo: sus hijos se quedaban más tranquilos, ya que comenzaba a tener problemas de movilidad, y el ascensor de su edificio se averiaba constantemente.

Pero algo fallaba en esta “brillante” idea: al tener acceso directo a su vivienda, el anciano ahora no tenía ocasión de mantener las típicas conversaciones de ascensor. Y él, ni mucho menos, estaba dispuesto a perder esas charlas imprescindibles en la vida de todo jubilado.

La primera solución al problema fue sencilla y evidente, a pie de portal: el señor Julián empezó a coger por banda a sus vecinos mientras recogían la correspondencia del buzón. En cuanto escuchaba a uno venir, ¡zas!, salía por la puerta y le daba por lo menos la conversación equivalente a subir cuatro pisos.

Pero al poco tiempo, el señor Julián echó en falta tener más interlocutores, ya que su nuevo bloque era muy pequeño y muchos vecinos no accedían por el portal, sino por el garaje. A pesar de tener todo el tiempo del mundo, no le seducía la idea de pasarse el día tras la mirilla, pendiente de si algún un vecino pasaba por allí.

Así que hizo como Mahoma con la montaña: si las charlas de ascensor no venían a él, él las sacaría a otros contextos; como la panadería de doña Francisca, el supermercado Mercadona de la esquina o la parada del 165, que cogía a diario para ir al centro de mayores.

Las conversaciones más típicas –sobre el tiempo- parecían funcionar viento en popa: la gente le seguía la corriente al lunático anciano; con algún gesto escueto los más tímidos o aportando algún dato meteorológico, los más informados. Pero, con gran pesar, el señor Julián pronto descubrió que a nadie fuera de su bloque le interesaba lo más mínimo el escándalo que había montado el jovencito del quinto o que el portero siguiera sin cambiar esa bombilla que parpadeaba en el pasillo...

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Mudancismos

¡Hola a todos! Estos días he estado desconectada de todo, y sin Internet en casa, pues anduve de mudanza. Lo bueno es que la mudanza me ha inspirado un par de historias, que espero muy pronto compartir con vosotros. Y si estas historias no quedan como las tengo en la cabeza, pues pondré otras, u otras, u otras...

La cosa es que tengo muchas ganas de volver al blog, y espero hacerlo con cosas que merezcan la pena ;)

Un abrazo grande,

:Sara

viernes, 3 de septiembre de 2010

Dolores

- Madre mía, qué dolor de espalda. Haga el favor de mirarme bien. ¿Lo ve? ¡Seguro que es una contractura, y no voy a poder ir al taller de mi padre a trabajar! ¡Ays, toda la zona del cuello la tengo de madera! - Dijo el paciente a su fisioterapeuta.

Y es que Pinocho resultó ser un hipocondríaco sin remedio...