domingo, 27 de febrero de 2011

Las fotos por defecto

Hace meses, mi hermana me regaló un bonito reloj con marco de fotos. Alrededor de la esfera, tiene pequeños marquitos de muchos colores. Muy bien, muy bonito. Y por fin, nos hemos decidido a colgarlo en el salón. Fenomenal. Pero ahora, queda el asunto peliagudo: LAS FOTOS. Los marcos llevan FOTOS. Ah, ese pequeño detalle.

Y no hay persona más vaga que yo para recopilar fotos que me gusten, imprimirlas y colocarlas en un marco. Sí: tres esfuerzos, ni más ni menos. Tres cosas, como en un huevo Kinder, pero en putada. Así que de momento, se han quedado puestas las fotos que vienen por defecto.

He decidido que me sale más a cuenta inventarme las vidas de esas sonrientes personas y tiernas mascotas que ya vienen en el marco – estoy cogiendo cariño a sus gestos de felicidad y sus fotogénicas sonrisas, dónde van a parar con las mías- que elegir mis fotos más “happy” para ponerlas ahí. Es una cuestión de rendimiento, de optimizar la energía. Cuando venga alguien a casa y pregunte quiénes son, le contaré sus pequeñas historias, ¡y listo!

El gato blanco y negro. Es de mi madre. Se llama Extremista. Para él, todo es blanco o negro, como él. No ve los matices. O le gustas o no le gustas. O le agrada esa comida y la devora hasta reventar o no prueba bocado. O se pasa el día despierto o dormido. No conoce la mesura, no conoce el punto medio, ni medio conoce el miedo.

La señora mayor. La tía Francisca. Una tía abuela que se fue a Bélgica. Tricota que es un primor. Me envía por correo preciosas bufandas de las que no calcula muy bien el largo, la buena mujer. Les doy mil vueltas al cuello y aun así tengo que tener cuidado para no arrastrarlas una vez puestas. Una vez me traje a casa un peatón despistado que pisó el extremo de una de ellas; el hombre iba leyendo y escuchando música y no se percató de dónde estaba casi hasta llegar al portal. Cuando se enteró de lo lejos del centro que está mi barrio, me maldijo en ruso, moldavo o algún idioma eslavo... o inventado de puro cabreo.

La niña pequeña. Alexandrine. Nieta de la tía abuela Francisca. Dice que quiere ser princesa... pero de un reino pequeño, para no trabajar mucho. No sabe nada la tía.

El bull dog francés. Es de mi prima. Se llama Stendhal. También blanco y negro (supongo que es lo que mejor quedaba en las fotos del marco), lo llamaron así por ser francés y por aquello del contraste de colores: en vez de rouge et noir es blanco y negro. Tiene un punto cultureta el tío. Sería un perro capaz de llevar gafas de pasta y decir mientras las levanta de su hocico cosas como: “a ese cuadro le falta concepto” o “el primer disco de los (introdúzcase aquí un nombre impronunciable de grupo desconocido) estaba mejor”. Eso pasa por ponerle un nombre pedante. Para otra vez, lo tenemos aprendido.

El perro de caza. Mi abuelo lo salvó cuando un cazador despiadado quería sacrificarlo porque no le traía sus presas. Decidimos llamarle Valentín, precisamente por su carencia de valentía. Cada vez que el abuelo sale de caza, lo tiene que dejar en el jeep porque el pobre bicho no soporta los tiros. Pero sí se sienta a sus pies a ver Jara y Sedal -con la distancia salvadora de la tele de plasma, el animalico sí soporta la movida cinegética-.

Pero todas estas fotos me hacen pensar: ¿qué clase de personas prestan su imagen o la de sus mascotas para poner en los marcos de otros, a modo de vidas prestadas? Alguien muy desesperado por la pasta. Y es que no hay duda, los modelos siguen esta escala de éxito: los de pasarela, los de fotos de moda, los de manos y pies (sin comentarios)... y por último los de marcos familiares, que son lo más loser de los loser. Lo bueno es que, aunque ellos no lo sepan, su trabajo tiene mucho más calado en la vida de la gente. Pueden pasarse meses, años, a tu lado, ocupando un lugar en tu comedor, incluso en la intimidad de tu dormitorio; y eso no lo puede decir la supermodelo del último número de Vogue, ¿verdad? Bueno, lo último que he dicho sí, ya imagino lo que más de uno estaréis pensando...