viernes, 19 de junio de 2009

El escritor "ético"

José María Rebollo era un gran escritor y, paradójicamente, un escritor de éxito. Sus novelas se vendían a millares, sus novedades inundaban las estanterías de las librerías, la tercera parte de su trilogía se agotó en pocas horas batiendo todos los récords. El bonachón novelista se levantaba cada mañana orgulloso de hacer disfrutar a la gente con la lectura.

Hasta que una cálida mañana de domingo, mientras desayunaba su café y leía el periódico, el autor se paró a reflexionar sobre el lado oscuro de la profesión. En toda la gente enganchada a sus libros que se quedaba leyendo hasta altas horas de la noche y llegaba agotada a los trabajos, ganándose las reprimendas de sus hastiados jefes. En aquellos que se torcían un pie en el metro por no apartar el libro de sus ojos. En todas las noches de sexo que tantas parejas habían perdido porque uno de ellos no podía abandonar la lectura de su último libro. ¿Cuántos bebés permanecerán en el limbo a causa de mis novelas?, se preguntó. Y perplejo por todo el mal que ocasionaba al mundo, decidió dejar de escribir para siempre.

El ya anciano novelista no se percató de las consecuencias de su radical decisión. No cogió jamás el teléfono de su agente. Ignoró el ruido mediático ocasionado en webs, blogs y foros en Internet y no se molestó en leer las cientos de cartas que inundaban su buzón, en las que sus lectores le pedían, le rogaban, una nueva entrega de sus aventuras. Ante ese desconocimiento, y con la certeza de haber dejado de producir tantos males, José María Rebollo falleció plácidamente en su domicilio de Barcelona. "La ética se ha impuesto al ego", rezaba la nota que sostenía entre sus arrugados dedos.

domingo, 14 de junio de 2009

Desarraigo

Cabeza adelante, cabeza atrás, cabeza adelante, cabeza atrás. Pan, otro trozo de pan. Cabeza adelante, cabeza atrás, cabeza adelante, cabeza atrás. Pan. En esto consistía la rutina de la anciana paloma del parque. Llevaba toda la vida llevando esa vida. Tanto tiempo, que cuando vio a un grupo de pequeños gorriones remontar el vuelo, reflexionó para sus adentros: “¿A que sería hermoso ser un pájaro y poder volar con libertad?”.

miércoles, 10 de junio de 2009

Establecer estado

J. T. era un hombre recto y marcial, acostumbrado a obedecer órdenes. No se planteaba discutir una directriz de sus superiores, se limitaba a acatarla. En eso consistió su vida durante las más de tres décadas que estuvo en el ejército.

Toda una vida de obediencia que perdió sentido al jubilarse. Hasta que un día, J. T. vio en el chat de su correo una orden muy específica. Una orden que estaba llamado a cumplir: Establecer estado. Rápidamente, reunió a unos cuantos colegas retirados, dio un letal y eficaz golpe de Estado y estableció una dictadura a la vieja usanza, ensalzando para el puesto superior al más duro y experimentado de todos los generales. Así, J.T. murió con la satisfacción de poder cumplir órdenes hasta el final de sus días.

viernes, 5 de junio de 2009

Superficial

Todos decían que Alberto era un bala perdida, que basaba sus actos en impulsos y caprichos arbitrarios o motivos superficiales. Por eso, cuando dijo a su familia y amigos que deseaba reencauzar su vida y convertirse en un periodista dedicado a la política, todos alabaron su nueva actitud. Años más tarde, Alberto confesaría que el verdadero motivo que le llevó a elegir su profesión era que le encantaba cómo los periodistas que entrevistan a los políticos mueven los folios sobre la mesa y sujetan los bolígrafos entre sus dedos, mientras entrecierran los ojos haciéndose los interesantes.