miércoles, 31 de diciembre de 2008

Recuerdos asalmonados

Mis recuerdos son escurridizos como peces. Se mueven, se deslizan, se escapan, no consigo atraparlos entre mis manos. Mis recuerdos son tercos como bancos de salmones y no cejan en su empeño por remontar la corriente de la realidad, mezclándose con la ensoñación en el nacimiento del río de mis pensamientos. Hoy mismo he intentado pescar un recuerdo de la Navidad y cuando al fin lo he logrado, con su brillante lomo me ha devuelto una imagen difusa. Así que decidí soltarlo, dejarlo libre nadando con sus compañeros. Quizá algún día, andando descalza por ese río, ese pez y yo nos volvamos a encontrar y me cuente algo más de la niña que fui, algún secreto sobre la pequeña pescadora que una vez quiso atraparlo y le dio una segunda oportunidad.

Y luego dicen que los peces no tienen memoria...

sábado, 27 de diciembre de 2008

Golem Pelusil

Ayer fui a la peluquería y, viendo todo el pelo cortado sobre mi bata y en el suelo, me dio por pensar qué se hace al cabo del día con toda esa pelusa generada. La mía, la de la chica de al lado, la de la señora de la tercera silla... ¿dónde va a parar? Primero imaginé lo más lógico: a la peluquera tirando el pelo en una sencilla bolsa negra de basura. Pero en un momento dado, le di otra vuelta al asunto y pensé “después de tantos años cortando melenas, a la peluquera se le habrá ocurrido algo mejor que hacer con todos esos mechones”. En ese preciso instante, un pequeño crujido en el almacén del local me dio la clave. Y lo supe. Con todas las melenas mi peluquera estaba creando una criatura, su propio Golem Pelusil. Un inmenso ser hecho de pelo, del cabello más fuerte y hermoso que haya caído en las manos de la mujer –difícil encontrar material con tanta clienta semicalva a partir de 60-. Se trataría de un lanudo animal parecido al Yeti, pero con mascarilla L´oreal en la melena, ¡vaya brillo profesional! Una criatura terrorífica pero tierna, siempre deseosa de tener un mechoncito más que atusarse y lucir. Para darle vida, al acabar la jornada mi peluquera seleccionaría con paciencia los mechones más adecuados y se los ofrecería a su bestia, y luego los colocaría con amor cual extensiones en su larguísima y suave melena, lo peinaría con delicadeza. Sería su obra suprema de peluquería y él, el Golem Pelusil, el ser más feliz y mimado de la Tierra.

lunes, 22 de diciembre de 2008

La operación

Miriam le pidió la operación a su madre por su 18 cumpleaños. Estaba tremendamente ilusionada, casi ni dormía ni comía pensando a todas horas en el espectacular resultado. En cambio su chico no estaba tan convencido; la miraba de arriba abajo y le decía que se lo pensara dos veces, que estaba bien como estaba y aquello no le pegaba nada. Sus amigas también opinaban que era algo desproporcionado, ¡pasar de 80 a 160! Pero ella estaba empeñada en hacerse aquella operación de cerebro y pasar a un cociente intelectual de genio. Para entender de verdad los libros, para disfrutar más de sus viajes y, quizá, una tarde de invierno emocionarse con una hermosa aria de ópera.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Malos vecinos

"¡Escandalosos!" Les gritó el muérdago al espumillón y las brillantes bolas de Navidad. "¡Y tú, voyeur!", le espetó por su parte la estrella del árbol al muérdago mira-besos. Definitivamente, iba a ser un largo año el que pasarían guardados en esa caja hasta las siguientes fiestas.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Conspiración en vinagre

A mis oídos ha llegado la terrible historia de una chica de Alcalá de Henares que creó un blog sobre los pepinillos en vinagre. Al principio era un pequeño blog sin pretensiones. Puso un par de sencillas recetas de pinchos caseros y tan contenta. Entonces todos sus amigos, por compromiso, empezaron a entrar y a ponerle comentarios en plan “está fantástico” “sigue así :)”. Y tanto que siguió. Y siguió. Estaba lanzada y ya no sabía cómo satisfacer a su “fiel y exigente audiencia” como ella les llamaba, emocionada. Se puso en el compromiso de publicar una entrada cada día. No podía paraaaar.

Así que, cuando se le acabaron las recetas, pasó a publicar la historia del pepinillo en vinagre, creado por un aburrido marino mercante escocés allá por el siglo XIX (o eso al menos decía Wikipedia). ¿Y después? ¿Cómo podía escribir más entradas? La muchacha recurrió a la imaginación. Publicó los cuentos y leyendas sobre el pepinillo procedentes de toda Europa, especialmente de Rumanía -estas últimas narran las andanzas de pepinillos vampiro, a los que hay que matar con un contundente estacazo empleando un palillo de bar- o inclusive relatos inventados por ella misma: Hansel y Pepel, Caperucita Verde, La Bella y el Peninillo… Pero ni siquiera un alarde de imaginación fue suficiente para seguir escribiendo sobre tan nimio tema. Y se puso a buscar, incansable, enfoques distintos y rompedores para su blog. Miraba google cada día para buscar nuevos resultados relacionados con los pepinillos, creó en facebook un club de fans de los pepinillos en vinagre y participó en infinitos foros de información y opinión. Un fatal camino que le condujo a buscar datos en todo tipo de blogs, como www.sexoencasa.com -donde los pepinillos jugaban un importante papel en diversas fantasías- o los oscuros blogs relacionados con la teoría de la Conspiración...

Y así, leyendo el denso material de esos blogs, un día la muchacha acabó “atando cabos” (sic), para concluir que los pepinillos en vinagre son los famosos “seres verdes” que abducen a inocentes señoras en sus granjas de Texas y mutilan cabezas de ganado en Guatemala, que un pepinillo fue el segundo tirador que disparó a JFK y que grupos de pepinillos organizados son los responsables finales de la actual crisis económica mundial. ¡Lo había destapado todo! ¡Ella solita! Estaba segura también de que detrás de Bush y de los dictadorzuelos africanos y de los grandes banqueros, siempre había habido un lobbie de pepinillos en la sombra.

Pobre chiquilla. Acabó en una institución mental, donde al menos una persona sí la creía. Un compañero de terapia, ex espía de los servicios secretos lusos, convencido de que los boquerones de las tapas de los bares cutres son agentes ocultos de Bin Laden y que, por ello, tratan de dispersar entre la población el maligno anisakis.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

La vida secreta de las cebollas

Érase una vez una cebolla a la que le gustaba hacer reír, en vez de llorar. “El mundo ya tiene bastantes desgracias como para que una incómoda cebolla te arranque las lágrimas en la cocina”, pensaba para sus adentros con su diminuto pero brillante cerebro de cebolla.

La cebollita amaba el humor más que nada en el mundo. De pequeña, cuando sólo era un minúsculo bulbo, se sabía un montón de chistes de Jaimito y de Lepe. A medida que fue creciendo, sus gustos se fueron refinando; lo suyo era el humor cáustico. Hacía gala de un humor inteligente, plagado de juegos de palabras que soltaba en el momento más exacto y de reflexiones irónicas y muy profundas. No en vano, sabía mejor que nadie que todo en esta vida tiene capas y que es preciso ir desgranándolas para llegar al corazón de las cosas.

La cebolla tenía, además, una gran presencia escénica. Admiraba a grandes humoristas como Sarah Silverman, Florence Floresti o Tina Fey, era la fan número uno de Groucho y de Tip. Todos esos gestos, esos recursos de los más grandes, los había ido asimilando a su propio humor hasta crear un estilo personal –cebollal, mejor dicho- e intransferible. Definitivamente, esa cebollita no quería terminar en la interminable fila de ingredientes de un buffet libre. O ser esa cebolla triste que la mayoría de la gente deja tirada en el plato tras acabar su ensalada. Ni siquiera le consolaba el hecho de formar parte de un delicioso plato de riñoncitos encebollados de un famoso chef o, mejor aún, de una abuela que cocina con amor. Esa cebolla era un “vegetal escénico”.

Así que luchó contra su destino y, con mucho ahínco, preparó y ensayo-ensayó-ensayó varios monólogos sobre la vida secreta de las cebollas. Unos numeritos desternillantes que nunca más verán la luz. Porque nada más salir a escena, en su primera actuación en público, todo fueron lloros, irritación y picor de ojos. Cuando una cebolla nos abre su corazón, no puede ser de otra manera.

lunes, 15 de diciembre de 2008

La presa

Comienza la noche y se abre la veda. Por toda la ciudad, miles de almas inquietas salen a buscar a su presa bajo la luz de la luna. Corren por las calles, llevando en sus manos bolígrafos, portátiles, pinceles, cámaras, todas sus armas. Parecen correr de manera desesperada, pero se puede sentir una cierta organización en sus movimientos: más de un cazador experto intuye dónde es posible dar caza a la cálida criatura; quizá junto a una parada de autobús, quizá en la mesa del fondo de una cafetería. Todos avanzan a empellones contra el resto de cazadores, necesitan esta presa. Uno de los cazadores cae en el húmedo asfalto, dando ruidosamente con sus huesos en el suelo; más allá otro se da por vencido, resuella apoyado en una farola. En cambio, a lo lejos, otro parece infatigable: mira al horizonte, ya siente su llegada y espera paciente. Y de pronto, ¡pam! Un ruido seco. Todos se quedan quietos, saben que esta noche uno de ellos ha vencido: ha alcanzado a la presa. Ella, herida, cae, gruñe, se abate, se retuerce sobre un charco de sangre plateado y finalmente sonríe cuando el cazador se agacha a recogerla entre sus brazos. Esta noche él se la ha llevado a casa: es su trofeo. Y ella, la Inspiración, le susurrará sus secretos antes de morir, antes de volver a vivir para ser cazada.

Historia de a-Mall* (o amor en el centro comercial)

Se conocieron mangando en el Mango. Profundizaron en su relación en el pasillo del Zara-Berscka-Pimkie-H&M-Springfield. Se dieron las llaves de sus corazones en un Mister Minit. Pelearon y perdieron por completo los estribos junto al plano orientativo de la planta 2. Se reconciliaron en los bancos sin palomas y sin vida de la planta tercera, sentados entre dos señoras con carros de bebés tan deportivos que podrían romper la pana en las carreras clandestinas de coches tuneados. A las 9 cenaron en el Burger King, donde los dos escogieron un Menú Big King con patatas grandes y Coca-Cola Light y quitaron sendos pepinillos a sus hamburguesas. Quedó claro: estaban hechos el uno para el otro; y nada, ni siquiera las gruesas columnas del parking de la planta -1 podría separarlos jamás.

*Nota de la B. Mall: centro comercial, en inglés norteamericano. Y eso :)

viernes, 12 de diciembre de 2008

LVES

LVES... No; no son números romanos, ni las siglas de una organización; no es un nombre de una ciudad checa ni la nueva serie de cuatro para jovencitos raperos que se comunican cantando y poniendo poses menos naturales que el nylon. LVES es, es... ¡leches! Es una cosa que me he escrito a boli en la mano para acordarme de algo y ahora no sé qué narices era. LVES. ¿LVES? Supongo que me he intentado escribir una frase sólo con la primera letra de cada palabra, ¿pero qué frase, dita sea? ¿"La Vida es Sucia"? No, qué tontería -o no-. Pero no creo que usara mi mano para filosofar, digo yo. Y ya me estoy cansando de tanta deducción... Jos. ¿Alguien puede decirme para qué sirven las ayudas nemotécnicas si careces por completo de memoria? Si me ato un lazo a un dedo, lo más probable es que el dedo se me gangrene antes de que me acuerde de para qué era el lazo. ¿Y esa técnica de las madres de los "rabitos de pasa"? Yo he comido muchas pasas, pero nunca he visto una bolsa sólo con los rabos, quizá en los herbolarios o en casa de Paco Porras o Txumari Alfaro, de los frikis de las hierbas, que los hay (como de todo). Y no pienso entrar en casa de esos tipos diciendo "necesito rabos". Tan loca no estoy... todavía. LVES. "¿(Que) Te LaVes?" ¡Pero si me he duchao esta mañana! Ay. LVES: "¿Lo Ves? Sigo fatal de lo mío...

miércoles, 10 de diciembre de 2008

la vida es sueño- el sueño es vida

Ayer soñé que me despertaba, me duchaba, engullía mi desayuno a toda prisa, cogía el metro, luego el cercanías, luego el metro y otro autobús y llegaba a la oficina. Soñé que en el trabajo me enfrentaba a múltiples marrones, hablaba con mis compañeros, tecleaba en el ordenador, entregaba trabajos, uno tras otro, uno tras otro, durante casi diez intermibables horas. Soñé finalmente que salía de allí, iba a la autoescuela y, tras subir en el último bus del día (el 145, para más señas) llegaba a casa. Menos mal que a eso de las 11 de la noche me desperté y pude, por fin, enfrentarme a mis verdaderas obligaciones de la jornada: volar descalza sobre los rascacielos de la ciudad vestida con un simple camisón a rayas y aterrizar en un desierto azul, lleno de relojes suizos derretidos, donde pesqué peces metálicos del color del arcoiris. ¡Lo que se dice un día completito!

martes, 2 de diciembre de 2008

Manzanas desesperadas.

En la máquina de chucherías del trabajo, entre las barritas dietéticas y los triskis de toda la vida, asoma tímidamente una novedad: una bolsita de manzana troceada Florette. Un descubrimiento que me ha hecho sentir un pavor frutal, digo brutal.

Tras el cóncavo cristal de la máquina, que parece sacado de Alicia en el País de las Maravillas, -te pides una bolsa de patatas y cuando sale ha encogido misteriosamente su tamaño...-, está esa frágil frutilla. Una lastimera manzana expuesta como si fuera la última del mundo y tuviera que mantenerse en la vitrina del museo de ciencias, mientras los niños de ojos enormes y curiosos la observan: -“¿Papi, es eso una manzana?” -“Sí, hijo, pero se extinguieron; ahora las producimos en fábricas donde se les añade convenientemente vitamina C y vitamina D, que es buena para tus huesos”.

Ahí está, observándonos, la cansada manzana con jet lag que ha viajado desde un campo de frutas de a saber qué remoto lugar del mundo, para llegar hecha cachitos a la máquina de una oficina en la tercera planta de la calle Ribera del Loira, Madrid (ya se sabe, los vuelos low cost te hacen polvo). Una manzana troceada, mutilada y sin dignidad, que no puede ofrecernos su belleza, su color, ni un ápice de olor –¡pero si es más natural la manzana de mi Mac!-. Una manzana atiborrada de antioxidantes que le impiden envejecer, más recauchutada que la Anita Obregón (¿hará posados veraniegos, le atraerán las jóvenes semillas a las que dobla en edad?, me pregunto). Una manzana neurótica y con problemas de identidad que ya no sabe si es una fruta o un snack o un “snack sano” o qué narices-nouses han decidido que sea unos tipos de marketing con traje y corbata, un lunes después de comentar el partido del Madrid. Una manzana fantasmal, ni viva ni muerta, digna de ser estudiada por Íker Jiménez y todo su equipo, que nos atormenta con su pávida imagen, difusa tras el cristal y la bolsa. Una manzana, en definitiva, con una existencia patética. Ay, si la pusiéramos en el diván, cuántas cosas nos contaría esa “sana” manzanita sobre esta sociedad enferma.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Súbito protagonista.

Ignacio P. es un hombre gris. Un economista de traje oscuro y corbata discreta, un tipo con sus pequeñas rutinas y sus pequeñas rarezas no demasiado extravagantes, como tomar café con tres terrones de azúcar. Un loco de los números, de los índices, de las cifras. Hasta hace bien poco, a Ignacio la mayoría de la gente le ignoraba sin más. Hasta aquel día de 2008 en que alguien entró a los despachos de los informativos donde trabaja, gritando “¡Crisis- crisis- crisis!”, cosa que él ya estaba esperando con la paciencia de un monje budista. Ese día, Ignacio sonrió, fue apenas fue una pequeña mueca, pero su satisfacción era inmensa: llegaba su momento. Pasó de ser un segundón con apenas dos minutos de aparición cada semana, a convertirse en la pieza imprescindible del telediario en pleno prime time. Su rostro comenzó a salir en sesudos –y continuos- debates donde todos esperaban ansiosos su opinión. Y de un día a otro fue, también, el centro de atención de todas las reuniones sociales. Los hombres admiraban su conocimientos de economía y en las mujeres, además de admiración, se veía esa mirada de “qué tipo más interesante”. “Qué gozada, qué deleite” -se decía Ignacio- “todos me saludan en la oficina y en la calle, todos me preguntan y quieren saber qué profundos pensamientos escondo bajo mi calva”.

Pero Ignacio el otro día tuvo un gran bajón. Fue cuando se encontró al hombre del tiempo por los pasillos de la cadena. Éste, inquieto, casi en un susurro para que nadie pudiera oírle, le llevó junto a la máquina del café y le dijo: “Ignacio, no te fíes, te están utilizando. Te lo digo yo, que me pasa lo mismo: en verano, con el anticiclón de las Azores, todos me ignoran y en cambio en invierno me convierto en la estrella del canal. Todo el mundo quiere saber si habrá nieve o tiene que sacar el paraguas y mi espacio dura casi 10 minutos en antena. Pero la diferencia es que veranos e inviernos habrá siempre y crisis como ésta… Ay, Ignacio. Prepárate para el día en que acabe. Hoy estás arriba y mañana abajo, es la vida”.

En ese momento, Ignacio se dio cuenta de lo efímero de su éxito. Quemándose el paladar, tomó de un solo sorbo su café con tres terrones y entró en una crisis: una crisis personal.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Gente que corre

Hoy después de comer me bajé a leer al parque que hay cerca de la oficina. Y allí observé a la gente que corría. No porque me interesara, sino porque no hacían más que pasar por delante e interrumpir mi lectura. Lo suyo, más que jogging era JODDING.

Mirándolos con atención, como soy muy dada a las categorías absurdas que no aportan nada a la humanidad en general, establecí que existen dos tipos de corredores: con y sin estilo. Los corredores CON ESTILO –se suelen identificar por sus brillantes y ajustadísimas prendas de nylon y sus emepetrés a la última- corren con gráciles y amplias zancadas. Cuando pasan, es un visto y no visto. Flus, flas, adiós. Entre los corredores SIN ESTILO –a quienes, a su vez, delatan los chándales anchos del carrefur o con la chaqueta y pantalón descabalados- existen varias subcategorías. A saber:

- Gente que parece que huye. Son como zombies desgarbados inmersos en una carrera a ninguna parte, un camino desesperado y sin vuelta atrás. Cuando los veo, al principio me da un vuelco el corazón. ¿Qué sucede? ¿Un fuego? ¿Un atraco? ¿Qué le ha pasado a ese tío que corre? Luego ya me fijo en el chándal y me tranquilizo. “Ah, sólo es un corredor sin estilo”.

- Gente a la que le pesa tó. Corren arrastrando los pies y moviendo como flanes sus culitos flácidos. Estos, si huyeran de algo, no tendrían opciones. En un fuego se quemarían, en un robo se quedarían sin cartera. Son seres tristes que salen a correr con su cara puesta de “por -favor que-no-me-mire-nadie”. Pero, lástima, su propia vergüenza los hace más visibles. En la jerarquía del parque están un peldaño por debajo de las palomas.

- Gente que pasa de tó. Lo mismo dan una zancada o dos que se paran a comerse unas pipas o a fumarse un piti. Bajan a correr por pasar el rato y porque, en teoría, es más sano que el sillón ball. Pero eso es si corres al menos un minuto seguido y si no das una calada por zancada, ¿no?

En fin, que disfruté del espectáculo de la fauna humana. ¿Y el libro? Ah, ya leeré en el metro. Eso si no me lío otra vez a mirar al personal…

viernes, 21 de noviembre de 2008

Las pequeñas bellezas cotidianas

Se dice que una persona es bella por sus ojos, por la forma o la tersura de su cuerpo o por su estilo irrepetible. Se dicen muchas cosas sobre la belleza, pero poca gente aporta puntos de vista novedosos. Y entre las pocas personas capaces de hacerlo están los profesionales que ven a los demás desde su prisma particular.

Un ejemplo. Mi hermana fue a recoger unas botas al zapatero y éste alabó su forma de pisar, le confesó con admiración que hacía mucho que no veía un tacón gastado de una manera tan uniforme, prácticamente igual de un lado que del otro. Me imagino al zapatero trabajando en ese taller tan oscuro como sus uñas, cogiendo entre sus manos ese zapato de pisada perfecta, pensando en la cenicienta que vendría a recogerlo. Y a mí me pasó algo similar. Fui al ambulatorio a hacerme una analítica y el ATS que hacía las extracciones me dijo coquetamente, antes de introducir su aguja… “¡Mmm, buenas venas!”. En esa frase me pareció sentir un punto de picardía inconfesable, poco le faltó para pedirme el teléfono. ¿Hay venas sexy? ¡Hay que fastidiarse!

Todo esto me ha hecho evocar otros bellos y posibles amoríos profesionales. ¿Podría un maquillador enamorarse del rizo de unas pestañas, entre todas las del mundo? ¿O un fisioterapeuta caer rendido ante la perfección de un codo? ¿O una funcionaria ser seducida por el trazo de una firma en una hoja de autorización? Y es que cada persona, todos, tenemos algo bello esperando ser descubierto. Por eso nunca, nunca, nos sintamos feos.

martes, 18 de noviembre de 2008

Los autobuses de la EMT (métEMT dentro y verás)

Para mí, los autobuses de la EMT son sketches con ruedas. Lugares abiertos al humor más disparatado, rollo Benny Hill o Mister Bean.

Están esos bandazos que dan los conductores. Para un lado, para el otro, ¡imposible mantener el equilibrio! He oído que los surfistas californianos entrenan en los autobuses de la EMT para coger soltura y estabilidad sobre la tabla. Eso sí, las señoras a partir de los 50 son todo un ejemplo de dominio de la técnica. Aguantan los meneos con una actitud soviética, muy quietas con sus zapatos de suela de goma agarrados al piso y la mano bien sujeta a la barra. Claro, algunas son tan agarradas…

Luego están los propios conductores. Unos tipos con aires de superioridad que saben que nuestro destino está en sus manos. Ellos deciden a quién suben y a quién no. El autobús empieza a salir de la parada y tú llegas corriendo, sudando, dándolo todo, alargas la manita para que el conductor te vea por el retrovisor… y éste, con cara de César en el Circo romano, decide si subir o bajar su pulgar, decide “sí o no”, “vida o muerte”. Ja. Luego están esos que no pronuncian palabra, que hay que pedirles audiencia para preguntarles dónde bajarse. Y otros para los cuales aquello de “No hable con el conductor” no significa que él no te pueda dar la brasa hasta que se harte (técnicamente el cartel no pone “Conductor, no hable con los pasajeros”). Por no hablar de los que llevan su musiquiqui a tope, que no suele ser una de Shubert, no, sino más bien una de Camela, con su estribillo:“Tú te has burlado de mí y pasas por mi lado, para hacerme sufrí”. Y tú, al autobusero: “¡lo que ha pasado por su lado es la parada, jefe!”.

¿Y los viajeros? Ah, eso da para escribir un blog entero. El pobre cachas cansado que pilla el sitio antes de que lo coja una pedigüeña embarazada. Y las abuelas de codos poderosos y bolsos fornidos. Y los niños de mochilas serial killer. Y el hombre mutante con oreja de móvil. Y la chavala de voz chillona, con una frecuencia tal que dejaría sordo a un perro. Y el tipo que estornuda y acto seguido se coge a la barra con la misma mano que se ha puesto en la boca (quizá buscando con sus mocos un mejor agarre ante los meneos del bus). Tanta gente… y tantos otros que me dejo.

¿Y yo, dónde encajo en todo esto? Ah, yo soy la plasta criticona que luego lo pone todo en un blog. Esa soy yo.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Un, dos, tres... probando

“Las cosas bien hechas bien parecen”, dice mi señora madre. Es decir, que las cosas bien hechas lucen mejor y no salen así como así, son fruto del esfuerzo. Por eso, a veces me imagino cómo han surgido los grandes momentos de la humanidad. Fijo que han tenido su ensayo previo, su making of. Algo así como…

Jesucristo caminando sobre las aguas.
Ensayo nº 1: Jesucristo practica en la bañera de casa. Nada más meterse, se escurre y casi se esnuca. Ensayo nº2 (también en la bañera): Jesucristo pone un pie con éxito sobre el agua pero hunde el otro, a plomo. Esta vez sí que se esnuca. Ensayo nº3… Y así hasta que la cosa va rodada. JC hace un ensayo general en un pequeño lago, con unos amigos, y luego hace su aparición ante público de todas las edades. Queda como dios.

Napoleón entra en Polonia.
Ahí está Napoleón guiando a sus tropas, con esa pose tan característica, la mano al pecho. ¡Pues no veas hasta que se le ocurrió la posturita “marca de la casa”! Primero fue casualidad. Un día comió escargots, le subieron gases a la parte alta del estómago y, debido a los pinchazos, puso así la mano. Le gustó tanto el gesto, que trató de repetirlo. Pero cachis, no le quedaba igual. Su madre le chillaba, al verle ensayando delante del espejo: “¡Napolito, mira que eres ridículo; así nunca llegarás a nada!”. Y un buen día, flop, salió espontáneo. Ya tenía el gesto con el que quedaría inmortalizado.

Newton descubre la gravedad.
Lo que nadie sabe es que, días antes de caérsele en la cabeza la famosa manzana, se le cayó un coco de un cocotero del jardín botánico de Londres (se conoce que el hombre tenía afición a echarse la siesta debajo de los árboles). Cuando le impactó el coco en el coco, no descubrió la ley de la gravedad, sino que se limitó a decir: “Oh, fucking coconut!”. Acto seguido perdió la consciencia.

Y podríamos seguir hasta nuestros días. ¿La moraleja? Bueno, si os empeñáis me invento una: nada sale a la primera. Hay que ser tozudos y, a lo mejor, un día – además de crear algo bueno para el mundo, o al menos para nosotros- podremos salir en un blog como éste. Dudoso honor…

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La dictadura del bostezo

No conozco ser más posesivo que el bostezo. Es un abusón que se aproxima a ti cuando menos te lo esperas y se adueña, por las bravas, de cada uno de tus actos. Hablas… bostezo. Levantas la mano… bostezo. Te agachas… otro bostezo. Cuando bostezas, cada músculo de tu cara se contrae, la mandíbula se abre desesperada, tu mente se vacía de todo pensamiento. Tú no bostezas, el bostezo te bosteza a ti, habla a través de tu desencajada boca y mira por tus ojos entrecerrados. El bostezo te atrapa, te sostiene con fuerza, te retiene hasta que se aburre de tu presencia. Porque es él, y no tú, quien decide cuándo marcharse.

Y es que existe un instante de tedio para el caprichoso bostezo, en que por fin consiente en liberarte. Pero no te deja por las buenas, qué pensabas, sino con una condición: que lo contagies a otro incauto. Así, durante unos segundos, sois dos –a veces más- los que estáis absorbidos por él, mientras os hace suyos en una catarsis absurda. Es su triunfo: el bostezo ha conquistado todo lo posible dentro de ti y a tu alrededor. Y entonces, sólo entonces, busca nuevas víctimas a las que someter a su implacable mandato.

lunes, 10 de noviembre de 2008

La máquina parlante

Un miércoles fui al polideportivo a hacer un poco de ejercicio y esto es lo que me pasó…

Me subo a la máquina elíptica (esa en la que andas como un astronauta en ingravidez, moviendo manos y pies como un idiota)… y veo que la pantalla me suelta mensajitos. Ante mis ojos aparece una cadena de frases aleccionadoras del tipo: “Wellness es bienestar- Wellness es futuro- Wellness es una nueva forma de vida- Vive Wellness”. ¿Había visto bien? Aquella máquina, al más puro estilo 1984, me estaba intentando comer la olla con un siniestro discurso sobre el bienestar físico. Será nazi, la máquina.

Daba mal rollito, sí. Pero no me iba a bajar, que ya había cogido carrerilla. Zancada tras zancada, acabé mis 20 minutos de ejercicio aeróbico a un ritmo que me sorprendió a mí misma. Quizá había hecho mella en mí el discurso wellness… No, no podía ser. ¿O sí?

Porque la cuestión es que desde entonces, dos o tres veces por semana, mis pies me guían a pasos marciales hasta el polideportivo. Me subo a esa hipnótica máquina y pedaleo, pedaleo, pedaleo sin respiro... Ahora los caudillos del wellness estarán orgullosos de mí. Sí. Sí. Soy una ciudadana ejemplar. Una ciudadana wellness.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Las etiquetas de la ropa

Cada vez hacen las etiquetas de ropa más grandes y con más texto. Creo que Inditex se ha propuesto hacerlas en formato “tablas de la ley”. Vienen en tantos idiomas que uno, en plan Pekín Express, podría viajar por el mundo con una etiqueta en la mano a modo de diccionario y hablar en cantonés o en húngaro. O al menos decir en un correcto nipón “planchar en seco”. Y eso puede ser muy útil porque me temo que las tintorerías, aquí y en Sebastopol, son epicentros de la desgracia, la zona cero de un disgusto tonto.

Pero no quiero hablar ahora de las tintorerías, no me tiréis de la lengua, sino de las etiquetas. Y es que tengo serias sospechas de que alguien malo las ha creado. Un Bush del negocio textil. Un ser vil que, entre todos los materiales del mundo, ha elegido el más picajoso e incómodo al contacto con la piel. Quizá estamos ante una cortina de humo, una maniobra de distracción para que, mientras pensamos en rascarnos donde nos raspa la etiqueta, o en el típico “luego la corto, dita sea”, no pensemos en temas de mayor calado. Nadie puede rascarse algo tan molesto y pensar a la vez en la crisis o en el ridículo tamaño de los minipisos o los minisueldos. Uno está a lo suyo, tratando de aliviarse, que bastante tiene. Es una maniobra siniestra y bien concebida. No, pensándolo bien, no puede ser obra de un bush cualquiera sino de una inteligencia superior. Quizá los seres de un planeta perdido en el universo, de una increíble civilización en decadencia, estén tratando de bloquearnos, de anularnos, con etiquetas rasposas que nos tienen todo el día molestos, para venir a invadirnos. Etiquetas en los pijamas que, sin saberlo, no nos dejan dormir a gusto. Etiquetas que no nos dejan pensar tranquilos.

¡¡¡Liberémonos del yugo de las etiquetas!!! Adelante, cojamos una tijera y cortémoslas, una a una. Eso sí, luego no pretendamos que al jersey mal lavado no le salgan bolitas…

El "té belleza"

El martes por la mañana una compi de curro me ofreció un nuevo té que había comprado. Era una infusión con vainilla y flores y en la bolsita ponía “té belleza”. ¿Y por qué es un “té belleza”? -me pregunté-. El caso es que me lo tomé y no noté nada. Eso al principio. Porque muy pronto sentí que tenía “el guapo subido”. Iba por la calle y la gente me miraba de arriba abajo. Pensé que era sugestión, hasta que un joven ejecutivo silbó a mi paso. Una de dos: o me encontraba en una dimensión paralela o el té había hecho su efecto... Ante mi desconocimiento de las leyes espacio/tiempo, me decanté por la segunda opción. La ignorancia es atrevida.

¿Yo, un pibón? Tal situación no podía ser desaprovechada. Así que, ya que iba de compras por el centro, aproveché para colarme en un preestreno a todo trapo que vi en la Gran Vía: a la gente guapa la dejan entrar en todas partes. Allí estaba yo, entre los actores, formando parte de un mundo de glamour que nunca había conocido. En el photocall lucía como nadie. Y es que, madre mía, estaba buenísima. Unas piernas largas largas, un increíble pelo rojo, unas pestañazas que se me pusieron… Hasta yo me tiraría los trastos, pero no era plan de ponerme a hablar sola en medio del evento. Al final de la proyección -yo estaba sentada con Pilar Rubio y todos me decían “tú eres guapa, pero tu amiga ésta es un poco cardo”- me fui con un atractivo arquitecto y sus amigos a tomar algo a una terraza desde la que se divisaba todo Madrid. Un fiestón. Comida y bebida a raudales, todo muy fino y bien presentado, como a mí me gusta. Lo pasaba en grande. Pero dieron las 12 y empecé a sentir que algo iba mal... Fui al servicio y en el espejo observé que mis piernas se estaban acortando, mi cara redonda volvía a ser la de siempre y, oh no, mi pandero volvía a su ser. Se estaban pasando los efectos del té belleza y sólo tenía una opción: escabullirme de la fiesta y huir de esa gente frívola que sólo me quería por mi –espectacular- apariencia.

Salí pitando y a falta de carroza para volver a casa, pillé un taxi con un taxista muy, pero que muy brasas. La realidad se imponía a cada segundo. En cuanto subí a casa, tomé un yogur (desnatado), y me prometí no volver a probar ese mejunje de té. ¿Luego quién quiere volver a ser normal?

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Las "no aptitudes"

Dice mi profesora de autoescuela que no nací para conducir. Y conste que lo dice desde el cariño, que ya tuve un profe que me lo decía desde el odio. Se supone que una mezcla de despiste, dispersión mental y lentitud me impide llevar un vehículo como el resto de la especie humana.

Pero la cuestión es que esto me ha hecho pensar –además de en la ruina económica y moral que me va a suponer el carné- en todas las veces a lo largo de la vida en que nos damos cuenta de que no valemos para algo. Yo lo imagino como una acumulación de fracasos, que se materializan en un momento concreto y un tanto surreal. Como por ejemplo…

5 de mayo de 2008. 13: 30 PM. Paco, de Alcantarilla (Murcia), se da cuenta de que su suflé sabe igualito que el nombre de su pueblo.

17 de octubre de 2008. 12: 35 PM. María, de Madrid, finaliza el test de Cooper en clase de gimnasia. Tras escupir hasta los higadillos, da por terminada su recién iniciada carrera como atleta olímpica.

3 de noviembre de 2008. 17:30 PM. Nuria, de Pamplona, no es capaz de poner recto el puñetero cuadro de su salón. Se da cuenta de que es una manazas. Y otra cosa peor: como en el lienzo torcido sale un barco en el mar, se marea cada vez que lo mira. Ya no puede vivir sin su Biodramina.

Así que si un buen día se nos plantea uno de esos momentos de torpeza, sonriamos y asumamos nuestros límites. Si fuéramos perfectos, sería un rollo. Bueno, vale, si fuéramos perfectos sería perfecto; pero quien no se consuela es porque no quiere.

Los auténticos cracks de la publicidad


Paseando por la calle, no puedo dejar de observar algunas publicidades que me llaman la atención. Y no están precisamente en las grandes vallas o en los mupis, vamos, los chirimbolos de toda la vida donde ponen anuncios. Se trata de la publicidad de los pequeños negocios.

Un clásico que todos conocemos es el bar que anuncia su menú con fotos amarillentas, tan, tan antiguas que las gambas son trilobites y el filete es de mamut. Pero a mí lo que más me fascina son los pequeños colmados y los kioscos de helados que exponen fuera una hilera de latas vacías de fanta, acuarius y cocacola. ¿Eso da realmente resultado? Es como si el restaurante pusiera en la puerta el plato vacío, con la salsa untada en la miga de pan e, incluso, la colilla de turno, para decirte: “¡pasa, que está riquísimo!”

Y alucino con las octavillas que ponen en las lunas de los coches. Como esa de “Diseño de páginas web” escrito en tipografía times new roman pelada (la que sale defecto en el Word), sin un triste color ni nada. Que igual es una estrategia muy bien concebida: trabajan tantos estilos que mejor ponen algo neutro en el anuncio y ya les preguntas tú, si eso. También son fascinantes esos anuncios que se ven en las farolas, en plan Empresa líder busca jóvenes para media jornada, bla bla. A ver, ¿eres una empresa tan importante y te anuncias en una farola? Muchas luces no tienes. Y tampoco es que cuiden mucho los textos. Una vez vi, en una parada de bus, el anuncio de una “empresa de gas en plena expansión”: ¡¡¡todos al suelo!!!

Así que me pregunto, ¿qué pasaría si esto se aplicara a la publicidad de grandes marcas? Con las fotos color-bar rancio, todos los jóvenes de United Colors of Benetton serían amarillos. Si las latas de cocacola de los anuncios estuvieran vacías, qué harían los protagonistas del spot durante 30 segundos: ¿botes para lápices? Y si el archiconocido diseñador Alberto Corazón se promocionara en tipografía times new roman… bueno, en ese caso no se perdería tanto. Pero no veo yo que sea extrapolable ese estilo de publicidad.

Así que mejor que todo siga como está. Eso sí, reitero mi admiración por la publicidad “de estar por casa”. Porque nos impacta tanto, o más, que la real… y por cuatro duros. Qué cracks.

martes, 4 de noviembre de 2008

La gente conejo

Estos días hace un frío que pela. Y vamos todos como el Conejo de Alicia, corriendo, corriendo. Nos movemos de una madriguera a otra para no pisar la calle.

Es un divertido juego: ¡el que la pisa la calle un rato seguido, pierde! Salimos por la mañana de la madriguera-casa y nos desplazamos en la madriguera-metro/taxi/coche para llegar a la madriguera-oficina, desde donde nos lanzamos a la madriguera-cafetería a tomar algo caliente. Luego regresamos a la madriguera-casa. ¿Y para salir de compras? Pues vamos de la madriguera casa a la madriguera-coche y de allí a la madriguera-parking y la madriguera-supermercado/centro comercial. ¡Todo está calculado! Y por la noche, salimos a las madrigueras restaurante/cine/pub para volver rapidito al punto de partida: la madriguera-casa.

Ni un solo centímetro de nuestros cuerpos ha de pasar frío. En esta gran ciudad, aspiramos a ser seres calentitos, bien vestidos y alimentados. Ese es el fin último del juego.

Pero –lástima- yo ya he perdido la partida de hoy. Porque esta mañana perdí el autobús: estuve un buen rato esperando en la parada y me tocó ir andando a la oficina. 15 minutos largos bajo el gélido viento. Ya ni me molesto en reengancharme. Y es que hay rivales muy duros, que no han pisado la calle en todo el santo día. Un ejemplo: subiendo en el ascensor a la ofi, oigo a dos señoras conejo que suben directamente de su madriguera-parking…

– Chica. Qué frío.
– Ya te digo, lo he visto desde el coche.

Qué mala soy jugando a cualquier cosa. Jo.

martes, 28 de octubre de 2008

Pelusas & Co

Tal y como está el patio de la economía, decidí guardar parte de mis pocos ahorros bajo el colchón. Pensé: “ahí no me rentarán, pero estarán tan tranquilos”. Craso error.

La cosa empezó bien: pongo los dineros, coloco el colchón y aquí paz y después gloria. Pero cuál es mi sorpresa cuando un día voy a hacer la cama y veo que debajo hay, ni más ni menos, que tres oficinas bancarias llevadas por las pelusas que había dejado sin barrer. Estaba la Peluxa, el Banco Peluser y una sucursal de PelusING, “Su banco de debajo del colchón y cada día el de más gente”.

¿Qué demonios era aquello? ¡Me largue de allí corriendo!

Sólo al cabo de una hora, recuperada del impacto, me decidí a sacar mi dinero o, al menos, lo que necesitaba para la insaciable autoescuela. Total, que me agacho junto a la cama, voy a alargar la mano para coger el fajo… y entonces me dice una pelusa: -Por favor, facilíteme su DNI. Yo: -¿Cómor? Y la pelusa, muy seria, con visera de oficinista, va y me suelta: - Es necesario para realizar la operación. Loca me quedé. Pero no me quedaba otra que tragar. Así que volví con mi DNI y la minúscula cartilla que me facilitó la servicial pelusa.

Y es que, todo hay que decirlo, las pelusas trabajaban duro para ofrecerme un buen servicio. Parecían muy serias administrando mis euros. Como cabía esperar, me lanzaban por debajo de la cama los extractos de mi cuenta –con el detalle de adjuntarme una lupa-. Además, me hacían llegar información sobre sus productos. Vamos, igual que todos los bancos. Y mucho más cerca.

Pero al cabo de un tiempo, sospeché que algo iba mal. Se rumoreaba que algunos bancos de pelusas se habían ido al traste y fui a ver qué había pasado con mi dinero. Pronto se confirmaron mis sospechas: mi banco había invertido en negocios de chalés para ácaros y se había jugado el tipo ofreciendo hipotecas de alto riesgo a humildes parejas de arañitas. Un desastre.

¡Me harté de verdad! Y allí que me fui yo: ¡flas, flas! Barrí con mi escoba todo rastro de aquella absurda city financiera y recuperé mi dinero. Pero, buf, por los pelos. Ya he aprendido la lección: este mundo está condenado a la avaricia.

martes, 21 de octubre de 2008

S y S. (Sara y Sobaco).

Cada día, me levanto, me ducho, desayuno mis cereales y, pocos minutos después, me meto directamente en el sobaco de un señor. Es en la atestada línea 1 de metro. Yo llego como un pollito cansado e indefenso y me acabo poniendo bajo su ala, empujada por las hordas de viajeros; quienes a su vez, como en una compleja partida de Tetris, ya han buscado alguien con quien encajar sus maltrechos cuerpos.

Pero no me compadezcáis, podría ser peor. La verdad es que el sobaco y yo ya hemos hecho confianza con el paso de los días. Es de Málaga, el sobaco. Y el hombre del sobaco también, claro. Raro sería que el sobaco fuera de Cuenca y el hombre de Málaga. Aunque, pensándolo bien, sí es bastante común que una persona sea, por ejemplo, de Madrid y sus pies de Cabrales.

Volviendo al tema, el sobaco y yo hemos creado una especie de simbiosis perfecta. Yo apoyo la cabeza en él y me pongo la música más animada que puedo. El sobaco, de carácter más tranquilo y apocado, se queda quieto, pensando en sus cosas. Quizá se pase el día dándole vueltas a las ventajas y desventajas de los tipos de desodorante. ¿Roll-on o spray? Difícil elección. No creo que el sobaco tenga nada que decir, qué se yo, sobre la crisis económica. Pero está bien así, una compañía sencilla. Tampoco es que a las 8 de la mañana yo sea una lumbrera.

Unas paradas después, en Pacífico, el sobaco y yo nos separamos. Yo le susurro “hasta mañana”. Él no dice nada, pero sé que en el fondo de sus pelillos me echará de menos.

domingo, 19 de octubre de 2008

Eufemismos

Estos días he observado, como tantas otras personas lo han hecho ya, un hecho terrible: vivimos en el mundo de los eufemismos. Un mundo donde no tiene cabida lo feo, lo viejo, lo negativo.

Sin ir más lejos, ojeando en Internet un artículo sobre publicidad, leí que se referían al público de mayores de 65 años con la marketiniana denominación de "senior". Es decir, cuando seamos viejos, no seremos ancianos o personas mayores, seremos seniors. ¡Padre y muy "senior" mío! Aquello me revolvió las tripas, esa fría manera de negar la vejez como una parte más de la vida y convertirla en una etapa más del ciclo de consumo. Nacemos, crecemos, consumimos y nos morimos. Olé por las geniales mentes del marketing, siempre creando categorías siniestras donde etiquetarnos a todos.

Ahora, además, la gente sin pareja es single, que es como más singular, osea. Y los vagabundos, o indigentes de toda la vida, son homeless. Es decir, la soledad -ya sea buscada o no- y la pobreza tampoco tienen cabida. Y no es todo. En la televisión, oí hablar de los inicios de un famoso tenista como "el teenager más brillante de su generación". No, si tampoco va a existir la adolescencia, esa época de granos, complejos, motes hirientes y dudas existenciales. Todo se maquilla con una buena capa de max factor, el maquillaje de las estrellas. ¿Cuál será la siguiente categoría en ser convenientemente maquillada y presentada al mundo con una flamante imagen? ¿Quizá las "Home women" -o algo así- para las amas de casa? ¿O importaremos el término "unemployed" para los -cada vez más- parados? "-¿Cómo te va la vida, Paco?- Ya ves, de unemployi desde hace 6 meses". Porque claro, una cosa es que se importe el término y otra muy distinta cómo se termine diciendo. Eso es como las reglas del parchís, que cambian en cada casa.

Pero vamos, no hagamos alarde de nuestra imaginación. Ya vendrán los medios de comunicación a dictarnos quiénes seremos mañana, por el bien de nuestro bienestar, por cierto, ahora llamado "wellness". Palabra de "blogger".