martes, 28 de octubre de 2008

Pelusas & Co

Tal y como está el patio de la economía, decidí guardar parte de mis pocos ahorros bajo el colchón. Pensé: “ahí no me rentarán, pero estarán tan tranquilos”. Craso error.

La cosa empezó bien: pongo los dineros, coloco el colchón y aquí paz y después gloria. Pero cuál es mi sorpresa cuando un día voy a hacer la cama y veo que debajo hay, ni más ni menos, que tres oficinas bancarias llevadas por las pelusas que había dejado sin barrer. Estaba la Peluxa, el Banco Peluser y una sucursal de PelusING, “Su banco de debajo del colchón y cada día el de más gente”.

¿Qué demonios era aquello? ¡Me largue de allí corriendo!

Sólo al cabo de una hora, recuperada del impacto, me decidí a sacar mi dinero o, al menos, lo que necesitaba para la insaciable autoescuela. Total, que me agacho junto a la cama, voy a alargar la mano para coger el fajo… y entonces me dice una pelusa: -Por favor, facilíteme su DNI. Yo: -¿Cómor? Y la pelusa, muy seria, con visera de oficinista, va y me suelta: - Es necesario para realizar la operación. Loca me quedé. Pero no me quedaba otra que tragar. Así que volví con mi DNI y la minúscula cartilla que me facilitó la servicial pelusa.

Y es que, todo hay que decirlo, las pelusas trabajaban duro para ofrecerme un buen servicio. Parecían muy serias administrando mis euros. Como cabía esperar, me lanzaban por debajo de la cama los extractos de mi cuenta –con el detalle de adjuntarme una lupa-. Además, me hacían llegar información sobre sus productos. Vamos, igual que todos los bancos. Y mucho más cerca.

Pero al cabo de un tiempo, sospeché que algo iba mal. Se rumoreaba que algunos bancos de pelusas se habían ido al traste y fui a ver qué había pasado con mi dinero. Pronto se confirmaron mis sospechas: mi banco había invertido en negocios de chalés para ácaros y se había jugado el tipo ofreciendo hipotecas de alto riesgo a humildes parejas de arañitas. Un desastre.

¡Me harté de verdad! Y allí que me fui yo: ¡flas, flas! Barrí con mi escoba todo rastro de aquella absurda city financiera y recuperé mi dinero. Pero, buf, por los pelos. Ya he aprendido la lección: este mundo está condenado a la avaricia.

martes, 21 de octubre de 2008

S y S. (Sara y Sobaco).

Cada día, me levanto, me ducho, desayuno mis cereales y, pocos minutos después, me meto directamente en el sobaco de un señor. Es en la atestada línea 1 de metro. Yo llego como un pollito cansado e indefenso y me acabo poniendo bajo su ala, empujada por las hordas de viajeros; quienes a su vez, como en una compleja partida de Tetris, ya han buscado alguien con quien encajar sus maltrechos cuerpos.

Pero no me compadezcáis, podría ser peor. La verdad es que el sobaco y yo ya hemos hecho confianza con el paso de los días. Es de Málaga, el sobaco. Y el hombre del sobaco también, claro. Raro sería que el sobaco fuera de Cuenca y el hombre de Málaga. Aunque, pensándolo bien, sí es bastante común que una persona sea, por ejemplo, de Madrid y sus pies de Cabrales.

Volviendo al tema, el sobaco y yo hemos creado una especie de simbiosis perfecta. Yo apoyo la cabeza en él y me pongo la música más animada que puedo. El sobaco, de carácter más tranquilo y apocado, se queda quieto, pensando en sus cosas. Quizá se pase el día dándole vueltas a las ventajas y desventajas de los tipos de desodorante. ¿Roll-on o spray? Difícil elección. No creo que el sobaco tenga nada que decir, qué se yo, sobre la crisis económica. Pero está bien así, una compañía sencilla. Tampoco es que a las 8 de la mañana yo sea una lumbrera.

Unas paradas después, en Pacífico, el sobaco y yo nos separamos. Yo le susurro “hasta mañana”. Él no dice nada, pero sé que en el fondo de sus pelillos me echará de menos.

domingo, 19 de octubre de 2008

Eufemismos

Estos días he observado, como tantas otras personas lo han hecho ya, un hecho terrible: vivimos en el mundo de los eufemismos. Un mundo donde no tiene cabida lo feo, lo viejo, lo negativo.

Sin ir más lejos, ojeando en Internet un artículo sobre publicidad, leí que se referían al público de mayores de 65 años con la marketiniana denominación de "senior". Es decir, cuando seamos viejos, no seremos ancianos o personas mayores, seremos seniors. ¡Padre y muy "senior" mío! Aquello me revolvió las tripas, esa fría manera de negar la vejez como una parte más de la vida y convertirla en una etapa más del ciclo de consumo. Nacemos, crecemos, consumimos y nos morimos. Olé por las geniales mentes del marketing, siempre creando categorías siniestras donde etiquetarnos a todos.

Ahora, además, la gente sin pareja es single, que es como más singular, osea. Y los vagabundos, o indigentes de toda la vida, son homeless. Es decir, la soledad -ya sea buscada o no- y la pobreza tampoco tienen cabida. Y no es todo. En la televisión, oí hablar de los inicios de un famoso tenista como "el teenager más brillante de su generación". No, si tampoco va a existir la adolescencia, esa época de granos, complejos, motes hirientes y dudas existenciales. Todo se maquilla con una buena capa de max factor, el maquillaje de las estrellas. ¿Cuál será la siguiente categoría en ser convenientemente maquillada y presentada al mundo con una flamante imagen? ¿Quizá las "Home women" -o algo así- para las amas de casa? ¿O importaremos el término "unemployed" para los -cada vez más- parados? "-¿Cómo te va la vida, Paco?- Ya ves, de unemployi desde hace 6 meses". Porque claro, una cosa es que se importe el término y otra muy distinta cómo se termine diciendo. Eso es como las reglas del parchís, que cambian en cada casa.

Pero vamos, no hagamos alarde de nuestra imaginación. Ya vendrán los medios de comunicación a dictarnos quiénes seremos mañana, por el bien de nuestro bienestar, por cierto, ahora llamado "wellness". Palabra de "blogger".