Mocachino
Expresso
Leche sola
Machiatto
Con leche
Capuchino
Descafeinado con leche
Descafeinado solo
La máquina de café no tenía nada nuevo que ofrecer. Laura echó los 35 céntimos del Mocachino, el importe exacto, y esperó a que el display le indicara que podía extraer aquel vaso relleno de un líquido amargo, indefinido, sin sabor a café ni a leche, ni a nada en particular. Mientras esperaba, descubrió en el lateral de la máquina un texto que indicaba: “Leyenda de ingredientes”.
Laura, que siempre tuvo una gran fantasía, aunque ahogada por pasar tanto tiempo entre los papeles de la oficina y sus compañeros -no más divertidos, ni con mejor color, que aquellos folios A4- empezó a elucubrar. “Leyenda de ingredientes... Contarán en este texto –pensó- leyendas sobre el origen del café o la curiosa historia de la primera persona capaz de ordeñar la ubre caliente de una vaca y ofrecer a su familia aquella leche alimenticia y reconfortante". Pero no. Al acercarse más al letrero, guiñando los ojos para enfocar, ya que se había olvidado las gafas en la mesa (a sus 33 años sufría una gran miopía), lo que encontró fue una triste suma de ingredientes y sus equivalentes calóricos, especificados para cada producto de la máquina. Tal y como obligaban las leyes de sanidad y seguridad alimentaria.
Tras esta decepción de buena mañana, fue a dar un sorbo a su pseudocafé, que se había quedado helado. “Este café, frío no vale nada” -se dijo. Y prosiguió, con su incesante diálogo interior: “Esta vida fría, no vale nada”.