lunes, 20 de diciembre de 2010

Hojas

De camino al coche, observo en el suelo las hojas de los árboles caídas en el asfalto. Y pienso que el otoño, como todo lo que conozco en esta vida, no es justo.

Esas hojas no llegan a dar vida a la tierra al morir, enriqueciéndola con su humus: la más bella y útil de sus tareas, tras haber ofrecido sus colores en las ramas. Y lo peor es que algunas de ellas no llegan a su objetivo por escasos milímetros. Parece que, inútilmente, estirando sus puntas, quisieran alcanzar la tierra del parque o los pequeños y ridículos cuadrados de arena que rodean a los árboles del paseo.

Me siento tan identificada con estas pequeñas hojas... Perdida también en medio del estrépito urbano. Sólo espero que el día en que caiga definitivamente de mi rama, no venga nadie a apiadarse de mí, pensando: “Pobre mujer, ha caído en terreno baldío”.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Grano artista

Me ha salido en plena cara un grano artista. Sí, un grano artista. De esos granos capaces de atraer todas las miradas, y hasta los focos si los hubiera.

Un grano con ego. Con un ego hinchado, henchido de pus, pero ego al fin y al cabo.

Si mi grano fuera una persona, sería sin duda una vedette. Pasmosa, exagerada. Bajando la escalinata de un gran teatro, con estilo y magnificencia, mostrándose al mundo sin pudor. Tal es su atrevimiento, que se ha lanzado a enseñar su interior -puede prácticamente transparentarse...-. Parece que quisiera imitar el delicado nylon de las medias de las vedettes, que deja ver sus tersas y musculadas pantorrillas, sin desvelar un centímetro más de la cuenta, para infarto de los señores mayores de las primeras filas.

Así es mi grano. Tremendo artistazo. Yo lo he llamado Monique: nombre de vedette con solera, con muchas historias y anécdotas en su cabeza de chorlito. Monique. Monique, grano fatal y castigador... Termina ya tu numerito, por dios.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Duda

Jaime vivía con su mujer Laura en su pequeño apartamento. Pero también vivía con la Duda...

Al principio, la Duda sólo hacía apariciones como invitada a la casa: en discusiones puntuales, silencios incómodos, los momentos de tedio de los domingos.

Aunque pronto la cosa fue más lejos. La Duda parecía dispuesta a instalarse en el hogar. Un día, sin previo aviso, pasó allí la noche: a la mañana siguiente, su cepillo de dientes apareció en el vaso del lavabo y su pijama bajo la almohada de Jaime. En sólo una semana, su ropa de diario, perfumada y perfectamente doblada, se coló en los rincones vacíos de los cajones, justo entre la vestimenta de Laura y Jaime.

Pero el colmo fue cuando Jaime se la encontró cara a cara en la cocina. La estancia olía intensamente al café expreso que se estaba preparando. Y Ella estaba subida en una banqueta, buscando algo en un cajón. Al entrar Jaime por la puerta, dijo irritada: “¿Se puede saber dónde está el azúcar? No consigo encontrarlo en los armarios, ni en las cajas de mudanza de Laura”.