miércoles, 31 de diciembre de 2008

Recuerdos asalmonados

Mis recuerdos son escurridizos como peces. Se mueven, se deslizan, se escapan, no consigo atraparlos entre mis manos. Mis recuerdos son tercos como bancos de salmones y no cejan en su empeño por remontar la corriente de la realidad, mezclándose con la ensoñación en el nacimiento del río de mis pensamientos. Hoy mismo he intentado pescar un recuerdo de la Navidad y cuando al fin lo he logrado, con su brillante lomo me ha devuelto una imagen difusa. Así que decidí soltarlo, dejarlo libre nadando con sus compañeros. Quizá algún día, andando descalza por ese río, ese pez y yo nos volvamos a encontrar y me cuente algo más de la niña que fui, algún secreto sobre la pequeña pescadora que una vez quiso atraparlo y le dio una segunda oportunidad.

Y luego dicen que los peces no tienen memoria...

sábado, 27 de diciembre de 2008

Golem Pelusil

Ayer fui a la peluquería y, viendo todo el pelo cortado sobre mi bata y en el suelo, me dio por pensar qué se hace al cabo del día con toda esa pelusa generada. La mía, la de la chica de al lado, la de la señora de la tercera silla... ¿dónde va a parar? Primero imaginé lo más lógico: a la peluquera tirando el pelo en una sencilla bolsa negra de basura. Pero en un momento dado, le di otra vuelta al asunto y pensé “después de tantos años cortando melenas, a la peluquera se le habrá ocurrido algo mejor que hacer con todos esos mechones”. En ese preciso instante, un pequeño crujido en el almacén del local me dio la clave. Y lo supe. Con todas las melenas mi peluquera estaba creando una criatura, su propio Golem Pelusil. Un inmenso ser hecho de pelo, del cabello más fuerte y hermoso que haya caído en las manos de la mujer –difícil encontrar material con tanta clienta semicalva a partir de 60-. Se trataría de un lanudo animal parecido al Yeti, pero con mascarilla L´oreal en la melena, ¡vaya brillo profesional! Una criatura terrorífica pero tierna, siempre deseosa de tener un mechoncito más que atusarse y lucir. Para darle vida, al acabar la jornada mi peluquera seleccionaría con paciencia los mechones más adecuados y se los ofrecería a su bestia, y luego los colocaría con amor cual extensiones en su larguísima y suave melena, lo peinaría con delicadeza. Sería su obra suprema de peluquería y él, el Golem Pelusil, el ser más feliz y mimado de la Tierra.

lunes, 22 de diciembre de 2008

La operación

Miriam le pidió la operación a su madre por su 18 cumpleaños. Estaba tremendamente ilusionada, casi ni dormía ni comía pensando a todas horas en el espectacular resultado. En cambio su chico no estaba tan convencido; la miraba de arriba abajo y le decía que se lo pensara dos veces, que estaba bien como estaba y aquello no le pegaba nada. Sus amigas también opinaban que era algo desproporcionado, ¡pasar de 80 a 160! Pero ella estaba empeñada en hacerse aquella operación de cerebro y pasar a un cociente intelectual de genio. Para entender de verdad los libros, para disfrutar más de sus viajes y, quizá, una tarde de invierno emocionarse con una hermosa aria de ópera.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Malos vecinos

"¡Escandalosos!" Les gritó el muérdago al espumillón y las brillantes bolas de Navidad. "¡Y tú, voyeur!", le espetó por su parte la estrella del árbol al muérdago mira-besos. Definitivamente, iba a ser un largo año el que pasarían guardados en esa caja hasta las siguientes fiestas.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Conspiración en vinagre

A mis oídos ha llegado la terrible historia de una chica de Alcalá de Henares que creó un blog sobre los pepinillos en vinagre. Al principio era un pequeño blog sin pretensiones. Puso un par de sencillas recetas de pinchos caseros y tan contenta. Entonces todos sus amigos, por compromiso, empezaron a entrar y a ponerle comentarios en plan “está fantástico” “sigue así :)”. Y tanto que siguió. Y siguió. Estaba lanzada y ya no sabía cómo satisfacer a su “fiel y exigente audiencia” como ella les llamaba, emocionada. Se puso en el compromiso de publicar una entrada cada día. No podía paraaaar.

Así que, cuando se le acabaron las recetas, pasó a publicar la historia del pepinillo en vinagre, creado por un aburrido marino mercante escocés allá por el siglo XIX (o eso al menos decía Wikipedia). ¿Y después? ¿Cómo podía escribir más entradas? La muchacha recurrió a la imaginación. Publicó los cuentos y leyendas sobre el pepinillo procedentes de toda Europa, especialmente de Rumanía -estas últimas narran las andanzas de pepinillos vampiro, a los que hay que matar con un contundente estacazo empleando un palillo de bar- o inclusive relatos inventados por ella misma: Hansel y Pepel, Caperucita Verde, La Bella y el Peninillo… Pero ni siquiera un alarde de imaginación fue suficiente para seguir escribiendo sobre tan nimio tema. Y se puso a buscar, incansable, enfoques distintos y rompedores para su blog. Miraba google cada día para buscar nuevos resultados relacionados con los pepinillos, creó en facebook un club de fans de los pepinillos en vinagre y participó en infinitos foros de información y opinión. Un fatal camino que le condujo a buscar datos en todo tipo de blogs, como www.sexoencasa.com -donde los pepinillos jugaban un importante papel en diversas fantasías- o los oscuros blogs relacionados con la teoría de la Conspiración...

Y así, leyendo el denso material de esos blogs, un día la muchacha acabó “atando cabos” (sic), para concluir que los pepinillos en vinagre son los famosos “seres verdes” que abducen a inocentes señoras en sus granjas de Texas y mutilan cabezas de ganado en Guatemala, que un pepinillo fue el segundo tirador que disparó a JFK y que grupos de pepinillos organizados son los responsables finales de la actual crisis económica mundial. ¡Lo había destapado todo! ¡Ella solita! Estaba segura también de que detrás de Bush y de los dictadorzuelos africanos y de los grandes banqueros, siempre había habido un lobbie de pepinillos en la sombra.

Pobre chiquilla. Acabó en una institución mental, donde al menos una persona sí la creía. Un compañero de terapia, ex espía de los servicios secretos lusos, convencido de que los boquerones de las tapas de los bares cutres son agentes ocultos de Bin Laden y que, por ello, tratan de dispersar entre la población el maligno anisakis.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

La vida secreta de las cebollas

Érase una vez una cebolla a la que le gustaba hacer reír, en vez de llorar. “El mundo ya tiene bastantes desgracias como para que una incómoda cebolla te arranque las lágrimas en la cocina”, pensaba para sus adentros con su diminuto pero brillante cerebro de cebolla.

La cebollita amaba el humor más que nada en el mundo. De pequeña, cuando sólo era un minúsculo bulbo, se sabía un montón de chistes de Jaimito y de Lepe. A medida que fue creciendo, sus gustos se fueron refinando; lo suyo era el humor cáustico. Hacía gala de un humor inteligente, plagado de juegos de palabras que soltaba en el momento más exacto y de reflexiones irónicas y muy profundas. No en vano, sabía mejor que nadie que todo en esta vida tiene capas y que es preciso ir desgranándolas para llegar al corazón de las cosas.

La cebolla tenía, además, una gran presencia escénica. Admiraba a grandes humoristas como Sarah Silverman, Florence Floresti o Tina Fey, era la fan número uno de Groucho y de Tip. Todos esos gestos, esos recursos de los más grandes, los había ido asimilando a su propio humor hasta crear un estilo personal –cebollal, mejor dicho- e intransferible. Definitivamente, esa cebollita no quería terminar en la interminable fila de ingredientes de un buffet libre. O ser esa cebolla triste que la mayoría de la gente deja tirada en el plato tras acabar su ensalada. Ni siquiera le consolaba el hecho de formar parte de un delicioso plato de riñoncitos encebollados de un famoso chef o, mejor aún, de una abuela que cocina con amor. Esa cebolla era un “vegetal escénico”.

Así que luchó contra su destino y, con mucho ahínco, preparó y ensayo-ensayó-ensayó varios monólogos sobre la vida secreta de las cebollas. Unos numeritos desternillantes que nunca más verán la luz. Porque nada más salir a escena, en su primera actuación en público, todo fueron lloros, irritación y picor de ojos. Cuando una cebolla nos abre su corazón, no puede ser de otra manera.

lunes, 15 de diciembre de 2008

La presa

Comienza la noche y se abre la veda. Por toda la ciudad, miles de almas inquietas salen a buscar a su presa bajo la luz de la luna. Corren por las calles, llevando en sus manos bolígrafos, portátiles, pinceles, cámaras, todas sus armas. Parecen correr de manera desesperada, pero se puede sentir una cierta organización en sus movimientos: más de un cazador experto intuye dónde es posible dar caza a la cálida criatura; quizá junto a una parada de autobús, quizá en la mesa del fondo de una cafetería. Todos avanzan a empellones contra el resto de cazadores, necesitan esta presa. Uno de los cazadores cae en el húmedo asfalto, dando ruidosamente con sus huesos en el suelo; más allá otro se da por vencido, resuella apoyado en una farola. En cambio, a lo lejos, otro parece infatigable: mira al horizonte, ya siente su llegada y espera paciente. Y de pronto, ¡pam! Un ruido seco. Todos se quedan quietos, saben que esta noche uno de ellos ha vencido: ha alcanzado a la presa. Ella, herida, cae, gruñe, se abate, se retuerce sobre un charco de sangre plateado y finalmente sonríe cuando el cazador se agacha a recogerla entre sus brazos. Esta noche él se la ha llevado a casa: es su trofeo. Y ella, la Inspiración, le susurrará sus secretos antes de morir, antes de volver a vivir para ser cazada.

Historia de a-Mall* (o amor en el centro comercial)

Se conocieron mangando en el Mango. Profundizaron en su relación en el pasillo del Zara-Berscka-Pimkie-H&M-Springfield. Se dieron las llaves de sus corazones en un Mister Minit. Pelearon y perdieron por completo los estribos junto al plano orientativo de la planta 2. Se reconciliaron en los bancos sin palomas y sin vida de la planta tercera, sentados entre dos señoras con carros de bebés tan deportivos que podrían romper la pana en las carreras clandestinas de coches tuneados. A las 9 cenaron en el Burger King, donde los dos escogieron un Menú Big King con patatas grandes y Coca-Cola Light y quitaron sendos pepinillos a sus hamburguesas. Quedó claro: estaban hechos el uno para el otro; y nada, ni siquiera las gruesas columnas del parking de la planta -1 podría separarlos jamás.

*Nota de la B. Mall: centro comercial, en inglés norteamericano. Y eso :)

viernes, 12 de diciembre de 2008

LVES

LVES... No; no son números romanos, ni las siglas de una organización; no es un nombre de una ciudad checa ni la nueva serie de cuatro para jovencitos raperos que se comunican cantando y poniendo poses menos naturales que el nylon. LVES es, es... ¡leches! Es una cosa que me he escrito a boli en la mano para acordarme de algo y ahora no sé qué narices era. LVES. ¿LVES? Supongo que me he intentado escribir una frase sólo con la primera letra de cada palabra, ¿pero qué frase, dita sea? ¿"La Vida es Sucia"? No, qué tontería -o no-. Pero no creo que usara mi mano para filosofar, digo yo. Y ya me estoy cansando de tanta deducción... Jos. ¿Alguien puede decirme para qué sirven las ayudas nemotécnicas si careces por completo de memoria? Si me ato un lazo a un dedo, lo más probable es que el dedo se me gangrene antes de que me acuerde de para qué era el lazo. ¿Y esa técnica de las madres de los "rabitos de pasa"? Yo he comido muchas pasas, pero nunca he visto una bolsa sólo con los rabos, quizá en los herbolarios o en casa de Paco Porras o Txumari Alfaro, de los frikis de las hierbas, que los hay (como de todo). Y no pienso entrar en casa de esos tipos diciendo "necesito rabos". Tan loca no estoy... todavía. LVES. "¿(Que) Te LaVes?" ¡Pero si me he duchao esta mañana! Ay. LVES: "¿Lo Ves? Sigo fatal de lo mío...

miércoles, 10 de diciembre de 2008

la vida es sueño- el sueño es vida

Ayer soñé que me despertaba, me duchaba, engullía mi desayuno a toda prisa, cogía el metro, luego el cercanías, luego el metro y otro autobús y llegaba a la oficina. Soñé que en el trabajo me enfrentaba a múltiples marrones, hablaba con mis compañeros, tecleaba en el ordenador, entregaba trabajos, uno tras otro, uno tras otro, durante casi diez intermibables horas. Soñé finalmente que salía de allí, iba a la autoescuela y, tras subir en el último bus del día (el 145, para más señas) llegaba a casa. Menos mal que a eso de las 11 de la noche me desperté y pude, por fin, enfrentarme a mis verdaderas obligaciones de la jornada: volar descalza sobre los rascacielos de la ciudad vestida con un simple camisón a rayas y aterrizar en un desierto azul, lleno de relojes suizos derretidos, donde pesqué peces metálicos del color del arcoiris. ¡Lo que se dice un día completito!

martes, 2 de diciembre de 2008

Manzanas desesperadas.

En la máquina de chucherías del trabajo, entre las barritas dietéticas y los triskis de toda la vida, asoma tímidamente una novedad: una bolsita de manzana troceada Florette. Un descubrimiento que me ha hecho sentir un pavor frutal, digo brutal.

Tras el cóncavo cristal de la máquina, que parece sacado de Alicia en el País de las Maravillas, -te pides una bolsa de patatas y cuando sale ha encogido misteriosamente su tamaño...-, está esa frágil frutilla. Una lastimera manzana expuesta como si fuera la última del mundo y tuviera que mantenerse en la vitrina del museo de ciencias, mientras los niños de ojos enormes y curiosos la observan: -“¿Papi, es eso una manzana?” -“Sí, hijo, pero se extinguieron; ahora las producimos en fábricas donde se les añade convenientemente vitamina C y vitamina D, que es buena para tus huesos”.

Ahí está, observándonos, la cansada manzana con jet lag que ha viajado desde un campo de frutas de a saber qué remoto lugar del mundo, para llegar hecha cachitos a la máquina de una oficina en la tercera planta de la calle Ribera del Loira, Madrid (ya se sabe, los vuelos low cost te hacen polvo). Una manzana troceada, mutilada y sin dignidad, que no puede ofrecernos su belleza, su color, ni un ápice de olor –¡pero si es más natural la manzana de mi Mac!-. Una manzana atiborrada de antioxidantes que le impiden envejecer, más recauchutada que la Anita Obregón (¿hará posados veraniegos, le atraerán las jóvenes semillas a las que dobla en edad?, me pregunto). Una manzana neurótica y con problemas de identidad que ya no sabe si es una fruta o un snack o un “snack sano” o qué narices-nouses han decidido que sea unos tipos de marketing con traje y corbata, un lunes después de comentar el partido del Madrid. Una manzana fantasmal, ni viva ni muerta, digna de ser estudiada por Íker Jiménez y todo su equipo, que nos atormenta con su pávida imagen, difusa tras el cristal y la bolsa. Una manzana, en definitiva, con una existencia patética. Ay, si la pusiéramos en el diván, cuántas cosas nos contaría esa “sana” manzanita sobre esta sociedad enferma.