El martes por la mañana una compi de curro me ofreció un nuevo té que había comprado. Era una infusión con vainilla y flores y en la bolsita ponía “té belleza”. ¿Y por qué es un “té belleza”? -me pregunté-. El caso es que me lo tomé y no noté nada. Eso al principio. Porque muy pronto sentí que tenía “el guapo subido”. Iba por la calle y la gente me miraba de arriba abajo. Pensé que era sugestión, hasta que un joven ejecutivo silbó a mi paso. Una de dos: o me encontraba en una dimensión paralela o el té había hecho su efecto... Ante mi desconocimiento de las leyes espacio/tiempo, me decanté por la segunda opción. La ignorancia es atrevida.
¿Yo, un pibón? Tal situación no podía ser desaprovechada. Así que, ya que iba de compras por el centro, aproveché para colarme en un preestreno a todo trapo que vi en la Gran Vía: a la gente guapa la dejan entrar en todas partes. Allí estaba yo, entre los actores, formando parte de un mundo de glamour que nunca había conocido. En el photocall lucía como nadie. Y es que, madre mía, estaba buenísima. Unas piernas largas largas, un increíble pelo rojo, unas pestañazas que se me pusieron… Hasta yo me tiraría los trastos, pero no era plan de ponerme a hablar sola en medio del evento. Al final de la proyección -yo estaba sentada con Pilar Rubio y todos me decían “tú eres guapa, pero tu amiga ésta es un poco cardo”- me fui con un atractivo arquitecto y sus amigos a tomar algo a una terraza desde la que se divisaba todo Madrid. Un fiestón. Comida y bebida a raudales, todo muy fino y bien presentado, como a mí me gusta. Lo pasaba en grande. Pero dieron las 12 y empecé a sentir que algo iba mal... Fui al servicio y en el espejo observé que mis piernas se estaban acortando, mi cara redonda volvía a ser la de siempre y, oh no, mi pandero volvía a su ser. Se estaban pasando los efectos del té belleza y sólo tenía una opción: escabullirme de la fiesta y huir de esa gente frívola que sólo me quería por mi –espectacular- apariencia.
Salí pitando y a falta de carroza para volver a casa, pillé un taxi con un taxista muy, pero que muy brasas. La realidad se imponía a cada segundo. En cuanto subí a casa, tomé un yogur (desnatado), y me prometí no volver a probar ese mejunje de té. ¿Luego quién quiere volver a ser normal?
7 comentarios:
Tú ya eres bella, y guapa, y lista y de todo y la mejor amiga que tengo. Ni té ni elixires raros. Tú misma.
Me ha gustado mucho esta entrada.
jejeje, gracias mi Juampa. Es que me hizo gracia lo del "té belleza" (esa parte es real) y a mi compi y a mí se nos empezó a ir la perola en plan "¿Imaginas que lo tomamos y acabamos siendo pibones?" y de ahí al cuento, un paso :).
Pero yo ya me acepto como soy, ya sabes que pasé por muchos complejos, pero a partir de cierta edad los dejas de lado, que les den jjeje. Muamuamua.
Ya lo sé, mi comentario era recordatorio y sincero. Te conozco...
bss
Jajajajajaaja
Te echaron droja en el colacao
Jajajaja, ¿el nuevo eslogan de colacao no es "como quieras, colacao"?. Pues eso :P
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