
Quizá lo absurdo es ser capitán, cuando diriges a tu tripulación a ninguna parte. Cuando has perdido el norte, si es que recuerdas haberlo tenido. Cuando las cartas de navegación no señalan nada relevante y las brújulas y los instrumentos comienzan a fallar, bajo la influencia de brumas y mareas invisibles provenientes de mares lejanos.
Quizá es ridículo ser capitán de tu vida, navegando inútilmente por los mares de marzo, los océanos del dolor, con sus altas olas de locura, incertidumbre y descontento.
Las sirenas lo saben bien. Y miran con lástima al iluso capitán de navío capaz de adentrarse en tan tenebrosas corrientes. No entonan cantos. Se quedan quietas, con pose melancólica, y lo observan pasar zozobrando, mientras consuelan en sus regazos a las ratas recién caídas del barco y se dejan calentar por el sol naciente.