
Esas hojas no llegan a dar vida a la tierra al morir, enriqueciéndola con su humus: la más bella y útil de sus tareas, tras haber ofrecido sus colores en las ramas. Y lo peor es que algunas de ellas no llegan a su objetivo por escasos milímetros. Parece que, inútilmente, estirando sus puntas, quisieran alcanzar la tierra del parque o los pequeños y ridículos cuadrados de arena que rodean a los árboles del paseo.
Me siento tan identificada con estas pequeñas hojas... Perdida también en medio del estrépito urbano. Sólo espero que el día en que caiga definitivamente de mi rama, no venga nadie a apiadarse de mí, pensando: “Pobre mujer, ha caído en terreno baldío”.