
La cosa empezó bien: pongo los dineros, coloco el colchón y aquí paz y después gloria. Pero cuál es mi sorpresa cuando un día voy a hacer la cama y veo que debajo hay, ni más ni menos, que tres oficinas bancarias llevadas por las pelusas que había dejado sin barrer. Estaba la Peluxa, el Banco Peluser y una sucursal de PelusING, “Su banco de debajo del colchón y cada día el de más gente”.
¿Qué demonios era aquello? ¡Me largue de allí corriendo!
Sólo al cabo de una hora, recuperada del impacto, me decidí a sacar mi dinero o, al menos, lo que necesitaba para la insaciable autoescuela. Total, que me agacho junto a la cama, voy a alargar la mano para coger el fajo… y entonces me dice una pelusa: -Por favor, facilíteme su DNI. Yo: -¿Cómor? Y la pelusa, muy seria, con visera de oficinista, va y me suelta: - Es necesario para realizar la operación. Loca me quedé. Pero no me quedaba otra que tragar. Así que volví con mi DNI y la minúscula cartilla que me facilitó la servicial pelusa.
Y es que, todo hay que decirlo, las pelusas trabajaban duro para ofrecerme un buen servicio. Parecían muy serias administrando mis euros. Como cabía esperar, me lanzaban por debajo de la cama los extractos de mi cuenta –con el detalle de adjuntarme una lupa-. Además, me hacían llegar información sobre sus productos. Vamos, igual que todos los bancos. Y mucho más cerca.
Pero al cabo de un tiempo, sospeché que algo iba mal. Se rumoreaba que algunos bancos de pelusas se habían ido al traste y fui a ver qué había pasado con mi dinero. Pronto se confirmaron mis sospechas: mi banco había invertido en negocios de chalés para ácaros y se había jugado el tipo ofreciendo hipotecas de alto riesgo a humildes parejas de arañitas. Un desastre.
¡Me harté de verdad! Y allí que me fui yo: ¡flas, flas! Barrí con mi escoba todo rastro de aquella absurda city financiera y recuperé mi dinero. Pero, buf, por los pelos. Ya he aprendido la lección: este mundo está condenado a la avaricia.