
El escritor recibió una carta en el buzón de casa. El sobre era suave, tenía el inconfundible tacto de una hoja verde de árbol y un olor fresco, delicioso. Lo abrió inmediatamente, tal era su curiosidad. Dentro se encontraba la misiva, que olía a flores silvestres:
Amigo Escritor,
Soy consciente de que encontrar inspiración no resulta sencillo, pero permítame decirle que últimamente usted ha caído muy bajo. Se ha instalado en la cursilería, en el recurso fácil. Escribiendo vagos poemas de sentimientos, post lacrimógenos en su blog, y auténticas fruslerías en su cuaderno negro de anotaciones...
¿Que cómo lo sé? Sencillamente, porque soy yo quien tiene que sufrirle, que aguantar su prolongada sequía creativa y su falsa ilusión de que yo puedo ayudarle en algo. Sí, me he fijado en cómo me mira desesperado, a la búsqueda de ideas. Cómo observa las flores, los árboles, las muchachas del parque vestidas con livianos vestidos blancos...
Por ello le pido, por favor, que deje de inspirarse en mí, en todo lo que yo (en su opinión) pueda proporcionarle. No es mi misión ayudar a escritorzuelos frustrados. Es más, es un extra de mi trabajo que me repugna sobremanera, compréndalo. Son cientos, miles de años, aguantando esto; especialmente desde la llegada de lo que ustedes llaman Romanticismo. Y ya he llegado al límite, se lo digo.
Sin más, se despide atentamente,
La Primavera