Esta semana he confirmado un hecho inquietante en el gimnasio. Hay una mujer que entra a la misma hora que yo, aproximadamente a las 14 horas, elige siempre la misma taquilla que yo (la número 30) y usa las mismas máquinas, en el mismo orden. Primero la elíptica; luego la máquina infernal de subir y bajar escaleras; y la bici estática cuando éstas están ocupadas. Es cuestión de segundos que una llegue antes que la otra y marque esta ruta prefijada, haciendo que la otra se vea relegada a seguir a la ganadora. Vamos casi sincronizadas. Cuando llego al polideportivo, entro en el vestuario y veo ocupada la taquilla 30, sé que la maldita se me ha adelantado, por cuestión de minutos, puede que por segundos o décimas, para robármela. Luego entro a la sala y allí está, usando ya la máquina que yo usaría: la única bici elíptica que no tiene tele y que da a una ventana desde la que se ve el verde campo de fútbol. Otras veces soy yo la que me adelanto a la desconocida gimnasta, la que estoy más viva para coger la taquilla 30 mientras ella, con una mirada de humillación, admite su derrota cuando llega. Y soy yo la que llega antes a la máquina, recorriendo el pasillo que separa el vestuario del gimnasio con rápidos pasos, averiguando discretamente si me sigue, o si aún está en disposición de adelantarme.Lo tengo claro. Esa mujer y yo somos gemelas. No gemelas físicas –aunque hay un cierto parecido, es una mujer de rasgos magrebíes pero más exagerados que los míos, ojos oscuros como los míos, coleta alta-. Somos gemelas de manías diarias y no sé, ni quiero pensar, si compartimos alguna manía más, esas que yo consideraba estúpidas pero únicas. Quizá, como yo, esa mujer limpia exhaustivamente las cucharillas de los bares con la servilleta antes de remover el café. O no se concentra ni puede dormir si ve una puerta de armario entreabierta. O comparte mi miedo, que nadie entiende, a los girasoles -esas flores enormes y con más cabeza que una persona, que se retuercen buscando el sol-. Quizá debería averiguar todo eso. De momento, me conformo con intentar salir rauda del trabajo a la hora de comer, para adelantarla, para llegar antes que ella al polideportivo y no dejar que me robe mis manías de gimnasio. ¡Sólo faltaba!




